Bernina Kulm III

Tercera entrada de este relato para cerrar una semana intensa en codigoazul La entrada es muy breve para no tener que cortar el diálogo que sigue. Aún así espero que os guste y que os mantenga en vilo hasta la semana que viene. Un saludo a todos y que tengáis un buen fin de semana. [Click aquí para leer este relato desde el principio]

Pasaron un par de minutos antes de que uno de los gemidos, tremendamente cercano les hiciera detenerse en seco. Un hombre yacía empalado contra la pared, la sangre seguía aún bajando por su abdomen, coagulándose despacio, hasta precipitarse desde lo alto de sus pies a un enorme charco del que venían los quejidos. Una mujer, malherida, se revolvía entre la sangre, tratando en vano de alcanzar el cadáver del hombre. Tumbada de medio lado sobre casi seis litros de la sangre de ambos, intentaba desesperadamente levantar su brazo izquierdo hasta donde yacía colgado el hombre. En su esfuerzo, la mujer lanzaba quejidos truncados de rabia y dibujaba hondas sobre la sangre. Héctor tuvo que admitir que eran hondas hermosas.
Chris se lanzó hacia ella pero se encontró con el brazo de Héctor cerrándole el paso.
–A menos que tengas un equipo de transfusiones ya es tarde.
–Pero señor…
–Mira bien a esa mujer –le interrumpió Héctor –¿La ves?
–La tenemos delante… señor
–Le amaba… –dijo Héctor mirando al hombre empalado
–¿Qué? –Una gota de sangre cayó sobre la frente de la mujer.
–¿Por qué si no iba a pasar sus últimos momentos tratando de alcanzarle? – Los ojos de Chris se abrieron como platos mientras veía a la pálida mujer revolverse.
–No lo… ¿Por qué me cuenta eso?– preguntó Chris llevándose una mano a la cabeza
–Sujeta– ordenó Héctor entregándole su fusil. Entonces se acercó hasta el borde aquel charco color oxidado sin que la mujer lo mirara siquiera y, cogiendo al hombre por las axilas, pie hincado sobre el muro, lo arrancó de la pared, dejando algunos intestinos sobre la misma. Acto seguido dejó caer el cuerpo sobre el suelo y lo arrastro hasta colocarlo junto a la mujer que lo abrazó y se quedó quieta, respirando a duras penas mientras Héctor se alejaba dejando un rastro de huellas de un rojo parduzco. Chris no dijo nada en absoluto.

Allí, pensó Héctor, había habido una batalla. Pocas naves, pocos pilotos, cientos de personas. Eso debió de ser lo peor. No bastaba con conseguir llegar al hangar y marcharse, había que conseguir un piloto primero. Como en un macabro juego de captura de la bandera, aquellos grupos que tuvieran en su poder un piloto se convertían en blancos para el resto. Recorrieron el resto del camino alerta, sin terciar palabra y, a medida que los moribundos dejaban de poder gemir, de poder retorcerse y tratar de suplicar, el silencio se adueñó de los pasillos marcados por los disparos de las armas de iones.

[Click aquí para seguir leyendo]

[Descarga el relato completo para tu Kindle aquí]


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *