Bernina Kulm IV

En la entrada de hoy Héctor Celaya se enfrenta a las primeras complicaciones de su misión, tenemos por delante una semana potente tanto en extensión de texto como en intensidad. Confío en que eso no os desanime y que podáis disfrutar de esta entrada y de todas las que aún nos quedan por compartir. [Click aquí para leer este relato desde el principio]

Al llegar a su destino encontraron, sobre una puerta de metal, la única que no estaba bloqueada, una nota pegada, Héctor le pidió a Chris que le cubriera mientras él leía “Si quiere el oro, deberá dar dos viajes, no queremos que nadie se quede aquí”
–Mierda– suspiró entrando en la sala.
Una vez dentro se encontró con una pequeña multitud, quizás cincuenta o sesenta personas sentadas sobre el suelo de lo que, sin lugar a dudas, era un almacén. Era una sala bastante grande y, con la gente sentada en el centro, quedaba bastante espacio vacío. Héctor miró a su alrededor y no vio nada sospechoso, ni siquiera había cajas, sólo las paredes y los suelos metálicos propios de un almacén, la luz de los fluorescentes, y una crispación mucho más que palpable. Un chico joven, bien vestido, que estaba de pie se les acercó casi al momento, Héctor le encañonó y el joven dio un par de pasos atrás con las manos en alto.
–Me llamo…–
–¿Dónde está el oro?– le interrumpió Héctor. –La nave tiene plazas de sobra para todo el mundo así que cuanto antes la carguemos antes saldremos todos de aquí–
–Sigue en la caja fuerte hasta que no salga de aquí con algunos de nosotros no empezaremos la descarga–
–Tengo que atender a más refugiados en otra parte, si hago dos viajes por ustedes no tendré tiempo de recogerles a ellos
–Sintiéndolo mucho no va a poder usted atenderles– el muchacho sonrió con sardónica amabilidad.
–¿No me ha oído? Caben todos en la nave…–
–¡Mentira!– grito alguien entre la multitud, que siguió en silencio.
–Da lo mismo, se tardan tres horas en vaciar la caja, de modo que no le queda tiempo para ir y volver con la carga de todas formas–
–¿Qué?– exclamó Héctor. –No tengo tres horas, tengo que ir a buscar a los médicos–
–Tendrá que cambiar sus planes, a fin de cuentas si ha venido aquí primero… es por que existen prioridades– el joven dibujó una sonrisa burlona y guardó silencio. Héctor trató de pensar por un instante, luego lo intentó con más intensidad. No, no había nada que negociar, si esperaba las tres horas no llegaría a tiempo a los médicos, si hacía dos viajes tampoco. Y aunque les convenciera de que vaciaran la caja y fuera primero a por los médicos… No, el otro sitio estaba demasiado lejos, no podría descargarlos en el Rosalyn y volver a tiempo, y si Ekaterina hubiera tenido otra nave, ya la hubiera mandado. Todos en aquella sala le miraban con gesto triunfal, estaba a su merced, y sólo había una cosa que Héctor pudiera hacer.
–Tengo que contactar con mi superior– dijo abandonando la sala entre suspiros de alivio y alegría de aquel medio centenar de personas. Ya en el pasillo y con la puerta cerrada a su espalda Héctor dio un fortísimo golpe contra una puerta sellada en aquel mismo pasillo, luego otro más. Después del tercero estaba lo bastante tranquilo como para usar el comunicador.
–Coronel, aquí 3012E34 ¿Nos oye alguien?–
–A duras penas te escucho yo, pero es un canal seguro– saludó Ekaterina
–Nos la han jugado– resumió Héctor con un suspiro –Aún no han vaciado la caja y dicen que les llevará tres horas–
–No se me ocurren muchas alternativas
–A mí sólo una– dijo Héctor.
–¿Qué quieres que yo te diga?– respondió Ekaterina en tono neutro.
–¿Estás conforme?–
–Necesito dinero y médicos, no banqueros–
–¿Grado máximo de hostilidad permitido?– preguntó Héctor siguiendo el protocolo.
–Es el fin del mundo, mientras tú vuelvas de una pieza lo demás no me importa lo más mínimo–
–Recibido– ambos se quedaron en silencio unos segundos, después Héctor suspiró y volvió a hablar –Te lo veías venir ¿verdad?–
–¿Cuando te he mandado a una simple recogida?– volvió a haber unos segundos de silencio, algo más densos, algo más largos, y esta vez fue Ekaterina la que lo rompió con un suspiro. –Confianza significa que estás dispuesto a poner tu destino en manos de otra persona–
–Sin presiones ¿eh?–
–No confiaría en nadie más para que me salvara el culo– dijo Ekaterina con tono dulce
–La verdad es que siempre he preferido tus…
–Héctor– sonrió Ekaterina.
–Ah… vale, vale, pero me debes una–
–Yo también te quiero– se despidió Ekaterina cerrando el canal de comunicación. Héctor se quedó en silencio en mitad de aquel pasillo desierto y alzó la vista hacia el techo. Un millar de recuerdos almibarados se agolparon en su mente por unos instantes y le arrancaron una sonrisa. En su reloj pudo ver que hacía casi tres minutos que había dejado solo a Latham. Demasiado tiempo. Héctor suspiró, cargó su arma, se dio media vuelta y abrió la puerta sin decir nada.

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