Último post de la semana y última parte de la masacre en las montañas, habrá algo más de paz en adelante, pero no por ello menos tensión. Espero que disfrutéis de este fragmento. [Click aquí para leer este relato desde el principio]
Recoger a su hombre fue sencillo, Héctor abrió paso a su colaborador desde una segura distancia y Chris estaba tan tenso que disparaba contra todo aquel que le mirara. Héctor mandó a los dos hombres con Latham, que los custodió hasta la puerta. Los supervivientes estaban furiosos y desesperados. Para cuando Chris salió de la sala varios habían intentado ya un ataque. Héctor salió corriendo hacia la salida, aprovechando los segundos que tardaron en levantarse para ganar la puerta. El director pulsó un botón y la puerta de metal quedó sellada en el acto, impasible ante las decenas de golpes que se oían en el interior.
Chris Latham se quedó mirando hacia la puerta con la expresión crispada y sin decir una palabra. Héctor se puso frente a él, pero Latham no le vio.
–Buen trabajo Chris– le dijo apoyándole una mano en el hombro.
–¿Eh?–
–Que lo has hecho bien– Chris asintió y se fue hacia la pared contraria. Los golpes fueron atenuándose sin llegar a desaparecer. Dina se acercó a él y se quedó a su lado. El pasillo medía un par de metros de ancho, y la luz de los fluorescentes lo inundaba con su atmósfera monótona.
–¿Estará bien?– preguntó el director.
–O cargará con lo que ha visto toda la vida– dijo Héctor quitándose el casco y pasándose la mano por el pelo. –Démosle unos minutos– ambos se quedaron en silencio mirando a Latham.
–Eugene Crissinger– se presentó el director.
–Héctor Celaya de Shaula– se presentó Héctor con el apellido de sus antiguos señores.
–¿El Shaula que se casó con la menor de los Motosuwa?–
–Los mismos a los que invitaba a Córcega cada Julio–
–Buenos tiempos…– dijo Crissinger. –Y dime ¿A quien sirves ahora?–
–Ekaterina Sledgovna Alexeyeva–
–Ser su hombre de confianza debe de ser agotador– dijo Eugene con una sonrisa.
–¿Desde cuando sois amigos del alma?– interrumpió Dina.
–Si lo prefieres te disparo– respondió Héctor encogiéndose de hombros.
–Estas loco–
–No se lo tengas en cuenta– dijo haciendo un gesto de desprecio con la mano, –Nuevos ricos… nunca ha tenido mucho temple–
–¿Estás mejor, Chris?– cambió Héctor de conversación, pero no obtuvo respuesta.
–Como si te importara– escupió Dina. Héctor dio un paso al frente y le cruzó la cara de una bofetada que la tiró al suelo.
–Deberías haberle disparado–
–Deje que yo me ocupe de nuestra amiga– se relamió el anónimo joven, que había guardado silencio durante aquel rato. –A fin de cuentas, tenemos un asunto pendiente– dijo acercándose a ella.
–Ni de broma– respondió ella arrastrándose hacia atrás mientras miraba alternativamente a Héctor y a Chris, que seguía con los ojos clavados en el suelo.
–Le di mi palabra– se encogió de hombros Celaya. El muchacho sonrió y se lanzó sobre ella. Héctor miró a Chris, que seguía totalmente en trance, maldijo su suerte y volvió a colocarse el casco. Ante sus ojos aquel mandril seguía llenando de babas con pretensión de besos a la chica, que gritaba y forcejeaba. No se molestó en llevarse a ninguna parte, de tan cegado que estaba, más por la frustración y la rabia de cien rechazos que por la lujuria. La escena duró poco. Para su desgracia, al intentar probar su hombría contra la blusa de ella un botón, y sólo uno, saltó de la misma. Un simple botón. Un pedazo de plástico que fue a caer frente a los pies de Latham, rebotó un par de veces y salió de su campo visual. Chris dio un respingo, y un segundo después se incorporó con un gran sobresalto, llevándose la mano al pecho.
–Me alegra tenerte de vuelta– sonrió Héctor. Chris miró a su alrededor confundido.
–¡Señor!– exclamó señalando a Dina con la mano.
–Todo tuyo– Chris dio un cuarto de vuelta y disparó dos veces contra la columna del joven, que cayó al suelo retorciéndose de dolor, blasfemando, y completamente parapléjico. Dina corrió medio llorando hasta Chris y se abrazó a él.
–¡Me lo prometiste!– acertó a decir entre gemidos inconexos.
–Te dije que saldrías vivo de esa sala…– respondió Héctor pensando en apretar el gatillo. –¡Nos vamos!– ordenó acto seguido empezando a caminar.