Y tras nuestro breve periplo por las tierras de la poesía y la declamación, volvemos con Héctor y su batalla por cumplir su misión. El fragmento de hoy es algo menos intenso que la mayoría, pero también algo más humorístico. Espero que os guste. [Click aquí para leer este relato desde el principio]
Caminaron un par de minutos en silencio siguiendo a Crissinger, con los gritos del herido alejándose hasta desaparecer. Poco a poco, a medida que dejaban atrás secciones de mantenimiento y entraban en las administrativas, los pasillos subterráneos se tornaban más anchos y mejor iluminados. Héctor oía cuchichear a Chris y a Dina, básicamente a Dina, que hablaba distraídamente aún a pesar de que el botón perdido había dejado buena parte de sí misma al descubierto. Finalmente se detuvieron frente a un ascensor en un ancho pasillo, con agradable luz oblicua, algún que otro cuadro, y nombres en todas las puertas. Un sitio bonito, de no ser por las manchas de sangre, y por algún cadáver ocasional.
Crissinger apretó el botón del ascensor y esperó.
–Puedo hacerle una pregunta?– aventuró Chris
–Si no eras capaz de reaccionar, no podía cargar contigo–
–Comprendo…– asintió pensativo el soldado.
–Pero me alegro de que reaccionaras– Héctor sonrió y le dio una palmada en el hombro.
–¿Y si no hubiera reaccionado?– preguntó una ofendida Dina.
–Si no podía permitirse cargar con un compañero– se adelantó Crissinger. –Imagínate con un civil– Dina miró a Héctor, que no fijo nada, luego a Chris, que desvió la mirada, y se dio cuenta, por primera vez, de que le faltaba un botón de la blusa, y de lo que aquel botón podría haber llegado a significar.
El ascensor llegó y todos entraron en silencio. Eugene Crissinger pulsó un botón junto al que rezaba “Delta”, y un lector de retina salió de la pared, Crissinger se acercó al lector de retina y un panel salió de la pared, Crissinger tecleo algo y, tras ser aceptada la primera clave, volvió a teclear, consiguiendo así que el ascensor comenzara a moverse perezosamente. Dina estaba al fondo de todo, pegada a Chris sin decir nada, pero acariciándole el brazo con la mano. Chris por su parte seguía meditabundo, medio en shock, sin duda entendía la posición de Celaya, comprendía su misión y que no había dispuesto de más medios para cumplirla. Comprendía la sangre y el olor a carne quemada. Los conocía por el simulador. Sólo por el simulador.
–Pareces tan bueno– le susurró Dina al oído –¿Por qué te metiste a soldado?–
–Su familia vivía directa o indirectamente de lo que se importaba de Saturno y Júpiter, y con la guerra y el cese del comercio con las lunas se fueron a la ruina– respondió Héctor sin darse la vuelta. Chris le miró extrañado y Dina con fastidio. –Hay miles con esa misma historia–
–Sí…– Chris pensó por un momento en su familia, habían tenido que emigrar a Marte en busca de trabajo. Habían malvendido su casa, su negocio y todo lo que no cupo en las maletas de mano que se llevaron. En su momento fue horrible, y sin embargo gracias a ello Chris sabía que estaban vivos y seguros, a millones de kilómetros de aquel planeta condenado.
–¿Están bien?– sonrió ella con ternura.
–No, están a punto de morir, pero ha preferido venir a escucharte decir sandeces que rescatarles–
–¿Tienes que meterte en todo?– se quejó Dina.
–Es mi trabajo– dijo Héctor con una enorme sonrisa.
–Sólo eres un asesino– murmuró Dina. Chris suspiró, sintiendo el peso de su arma… un asesino. Aquel día había matado por primera vez, no recordaba ni sus caras, había disparado casi sin pensar mientras cubría a Héctor. ¿Le habría dado a alguien? Lo único que recordaba era el abrazo de Dina, y su lágrimas corriéndole por la nuca. Chris la miró y Dina le devolvió la mirada, con la sonrisa serena en los labios, y los ojos rebosantes de terror. Le suplicaba, y Chris no podía culparle por ello. Héctor pensó brevemente en su familia. Su madre había muerto hacía años y su padre… Héctor pensó en su hermana Érica, Todd le había asegurado que había salido viva de la Tierra, pero no le había dicho a qué precio. Hacía muchos años que no sabía nada de ella, desde que sus padres se la entregaran a Köhler sólo había podido hablar con ella un par de veces y escribirle alguna que otra carta. Había pensado en buscarla alguna vez, pero ¿Qué le iba a decir? Desde que se alistó sabían nada el uno del otro. Había pasado demasiado tiempo. Héctor no quiso reconocerlo entonces, ni tampoco hasta muchos años después pero si nunca había ido a verla, si no se había puesto en contacto con ella desde que podía viajar en el tiempo, era sólo porque se sentía culpable por no haber sabido cuidar de ella, por no haberla protegido, por haber permitido que le fuera entregada a Köhler.