Bernina Kulm X

Y esta será la entrada más visitada del relato ¿Por qué? Porque Google no sabe lo que son los números romanos. Como he preferido quedarme corto que plantificar dos páginas, aquí tenéis lo más parecido a una escena de amor que encontraréis en el relato. Que tengáis un buen final de semana. [Click aquí para leer este relato desde el principio]

Dina y Chris estuvieron cuchicheando durante el resto de la operación de descarga del oro. En la sala de control reinaba por lo demás el silencio. Las luces del panel de control iban alternándose sin ninguna lógica aparente, aunque Crissinger las controlaba con aparente interés. Los dos estuvieron charlando sobre sus familias y sus pasados, sobre sus infancias, inimaginablemente distintas. Hablaron más de un cuarto de hora sobre Obsidiana, una preciosa yegua negra a la que Dina le había tenido mucho cariño durante la adolescencia. No había sido nunca una gran yegua de competición, pero aunque no era rápida ni ágil, sí era tranquila y resistente, lo que la convertía, según Dina, en una gran montura de paseo. Chris no entendía lo más mínimo de caballos, lo más parecido que había tenido en su vida fue un perro pastor escocés hiperactivo que fue la principal causa de los suspensos de Chris en la escuela elemental. En cualquier caso, lo que sí entendía Latham, era la expresión de ilusión y cariño que se dibujaba en la cara de Dina cuando hablaba de su yegua, de cuánto le gustaba pasear con ella, y de lo triste que se puso cuando, tras haberse roto una pata trasera durante un entrenamiento con su cuidador, sus padres decidieron sacrificarla. Más tarde comentaron por encima sus vidas estudiantiles, las fiestas de instituto, el alcohol, el sexo aislado, a menudo complicado, pero siempre delicioso tan propio de las aventuras de juventud y las decepciones amorosas y los llantos aún más propios de las mismas. Chris contempló a Dina por enésima vez, abrazada a su brazo, con la cabeza apoyada en su hombro mientras hablaba. Ella debió de darse cuenta, porque en un momento se apartó un poco de él y le miró a los ojos. Chris trató de sostenerle la mirada, pero sus ojos no. Para cuando quiso darse cuenta, y tardó bastante en querer, tenía la vista clavada en el escote de Dina.
–Perdona…– el bronceado y generoso escote. –¿Chris?– tenía la sensación de que su piel debía de ser bastante suave, quizás hasta un punto dulce. –¡Chris!–
–¿Eh?– dijo saliendo de su trance. Dina le miraba con la ceja arqueada. Latham se sonrojó y miro hacia el frente sin saber que responder. Dina soltó una pequeña risita y volvió a abrazarle. Chris quedó con la vista fija al frente y, entonces, se dio cuenta. Mientras que su propio fusil estaba en el suelo, abandonado, al alcance en realidad de cualquiera, Héctor seguía sentado con la culata de su arma entre las piernas, el extremo contrario sobre su hombro izquierdo, sostenido con por su mano izquierda mientras, la derecha, se mantenía al inicio de la culata, cerca del gatillo. No importaba qué hubiera contado de su vida antes de ser soldado, o como de relajada le hubiera parecido a él la conversación, Héctor estaba en mitad de una misión, y era plenamente consciente de ello. Chris pensó en la misión, en las órdenes. A su lado Dina seguía hablando, Crissinger seguía controlando el desarrollo de la labor de las grúas e introduciendo instrucciones de vez en cuando en el panel de control. ¿Qué pensaría hacer Héctor con ellos cuando hubiesen terminado? Había necesitado a Crissinger, pero entonces ¿Que iba a hacer con él cuando ya no le fuera útil? ¿Y Dina…? ella no era necesaria para la misión… y sin embargo allí estaba…

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