Segunda entrega de este relato, un tanto más corta pero igualmente intensa. En respuesta a algunas preguntas que me han hecho, en este relato mi objetivo principal es trabajar los secundarios, una de mis debilidades, para ganar algo de rodaje. También hay una batalla espacial, pero eso es más adelante.
-¿Cómo me has encontrado?- gritó muy enfadado. -No he dejado indicios soy el mejor ¡¿Me oyes?! ¡Soy el vengador! ¡Soy el Cóndor! ¡Soy el mejor desde…!- un par de ráfagas contra el suelo me bastaron para que Kevin se calmara.
-Pues resulta que yo soy el Fénix y estoy hartándome de ti- le comuniqué tratando de mantener la compostura. Si hay algo que me molesta más que los informáticos son los que creen que son héroes invencibles, cruzados del señor, o historias por el estilo. Gente a la que mandaría a una verdadera guerra, o cualquier conflicto del mundo real en los que el bien y el mal son poco más que el hielo en el whisky, un acompañamiento ornamental, un detalle para aguar el golpe.
-¿El piloto?- Kevin casi pareció reconocerme.- Pero si tu eres de los buenos, estamos en el mismo bando- añadió más bajo. -Yo no he hecho mal, tú persigues a los malos-
-Mira Kevin, está claro que has visto muchas películas- comencé con un suspiro. -No sé que idea tienes del mundo y de ti mismo pero no eres más que un idiota, un idiota que cree que puede ir robando datos a los militares como si nada. Un pobre desgraciado que ha enfadado a quien no debía. Un hacker, un buen hacker como los hay decenas que hubiera tenido una vida intensa e interesante de haberse alistado a alguno de los bandos- Kevin estaba mirando el suelo con los hombros caídos. -No existen los héroes, y la mayor parte de los cruzados del bien y del mal terminan en una cuneta- El hombre comenzaba a darme pena, pero seguía predominando el enervamiento. -Vamos-
-El Fénix trabaja para ellos- murmuró sin moverse.
-He dicho vamos- repetí más alto.
-No- dijo levantando un poco la cabeza. -No puedes llevarme si no quiero-
-Mi ametralladora lamenta discrepar, vamos-
-Sí no me llevas vivo no te pagarán tú recompensa- en ese momento Kevin tomó un destornillador de punta plana e intentó atacarme con él. Huelga decir que estaba desquiciado por completo y que su reacción me sobresaltó. Antes de saber qué estaba pasando exactamente Kevin tenía un agujero en el pecho del tamaño de una pelota de tenis. El inmenso cuerpo del hacker quedó desplomado sobre la silla, el destornillador cayó al suelo con un tintineo metálico y todo quedó en el silencio más absoluto. Miré el estropicio por un segundo y maldije al pobre infeliz por su ocurrencia antes de ir a por mi bolsa a la habitación. Guardé la ametralladora y dispuse el resto del material.
-Debiste pensar un poco más antes de atacar a alguien armado con un destornillador- dije para mí mismo antes de seccionarle la cabeza a Kevin con la sierra láser que para tal efecto llevaba. Ni una gota de sangre, ni una sola mancha, el circuito cerrado de la sierra láser permitía manejarla de manera sencilla. Era similar a una sierra de arco convencional con la salvedad que en lugar de hoja tenía un emisor láser en el lado del mango y un receptor que recuperaba parte de la energía proyectada en el extremo opuesto. Guardé la cabeza en una caja de control biológico y recogí todo el material. Antes de salir repasé mis acciones para asegurarme de que no había tocado nada que no hubiera limpiado luego y coloqué una bomba electromagnética en el despacho preparada para detonar a las ocho horas y freír cualquier aparato electrónico en un radio de cincuenta metros. Me aseguré de que no había nadie en el rellano y salí con la mochila y la cabeza de Kevin a mi espalda. Ya en la portería me crucé con una mujer mayor que me saludó con una sonrisa. Le devolví el saludo y seguí con mi camino. Este tipo de escenas siempre me hacen plantearme cuantos, de todos los desconocidos, cientos a veces, con los que te cruzas a lo largo del día son en realidad asesinos, pederastas o psicópatas a punto de estallar. Quiero decir, por pura estadística, alguna de esas personas con las que nos cruzamos en los transportes públicos, en las calles atestadas, en bares y demás tiene que serlo. Son cosas que uno piensa después de un trabajo. Sea como fuere nada más salir cogí un taxi y me dirigí al puerto espacial
Pasé los controles, dado que mi nave estaba en un hangar para uso privado no fueron demasiado quisquillosos. El funcionario de turno me pidió los permisos para las dos cajas de control biológico que llevaba (la ametralladora y la cabeza) le enseñé los que me habían dado al contratarme en Tetis y despegué en mi nave rumbo a las estrellas.
-¿Pasaste los controles sin más?- interrumpió Damaris.
-Sí, claro, tenía los permisos- Héctor comió otro dulce distraídamente.
-Pero en los escáneres tenía que verse…. La ametralladora ni siquiera es orgánica-
-Damaris… ¿cómo plantear esto?- Héctor bebió más para dar efecto a sus palabras que para pensar. -Aparece un tipo en un hangar privado, es decir un sitio dónde la gente aterriza y despega con sus propias naves, tiene permiso para dos cajas cuyos números de serie, en un vistazo rápido, coinciden con los de los permisos- Damaris asintió lentamente.-Si te da por hacer bien tu trabajo hay dos opciones, o todo el asunto es legítimo y has perdido un montón de tiempo para nada, o no lo es y te acabas de cargar una operación encubierta, cosa que los gobiernos no se toman a bien.- Héctor rió. -Lo que te quiero decir es que no son muy quisquillosos en los hangares privados. No puedes hacer estallar nada más que tu propia nave, y aunque lo hicieras, los hangares están blindados así que las únicas consecuencias de tu ataque serían las horas extra del equipo de limpieza- Damaris sonrió levemente y Héctor le devolvió la sonrisa. Ambos se miraron por un instante sin mover un músculo, sonriendo.
No llevaba mi caza en aquel viaje, de haberlo hecho no hubiera habido foto, llevaba un viejo C-722 un pequeño carguero acorazado y con armamento ligero que solía emplearse en los convoyes que cruzaban zonas calientes. Este tipo de naves habían visto su presencia en el sistema solar aumentar considerablemente desde que piratas y traficantes comenzaron, al amparo del descontrol producido por la guerra, a mover cargamentos ilegales, alegales, o incluso legales pero indocumentados entre las colonias. El viaje hasta Venus fue tranquilo. El salto hasta la Tierra y después el lento pero tranquilo camino hasta el planeta cuya atmósfera gira en dirección opuesta a su tierra. No hay nada en la superficie de Venus, con una presión de noventa atmósferas, más de cuatrocientos grados centígrados y lluvias de ácido sulfúrico no es de extrañar que la única base existente sobre el planeta sea una estación flotante construida al amparo de las nubes del planeta. El puerto espacial Perla de Afrodita, el sol dorado de los contrabandistas y los piratas así como, irónicamente, uno de los lugares más seguros del sistema solar. Aterricé sin problemas y cumplimenté la documentación necesaria en el control de entrada: dar un nombre falso y soltarle un puñado de billetes a la mafia de turno. Allí donde miraras guardias con ametralladoras y armaduras completas de combate patrullaban las calles, se veía a gente arrestada con bastante frecuencia. Las leyes eran duras y la vida tranquila, era un sitio genial para quienes quisieran ocuparse de sus asuntos sin creerse más listos que los demás. Sólo había estado un par de veces en aquel lugar, y la anterior las cosas eran muy diferentes. Entré en un local con letrero de neón sobre la puerta y un gran cartel en el que rezaba: Local de negocios aprobado por Williams. Sonreí y entré. El lugar tenía aspecto de bar de alto nivel algo anticuado, había incluso un pianista humano tocando algo tipo blues en un rincón y apartados por todas partes. He de decir que el local tenía buena acústica, pues incluso desde el rincón en el que me esperaba mi contacto las notas del piano llegaban con prístina nitidez. Me senté en el banco de madera acolchado y le lancé una mirada al camarero para que desapareciera.