Cuento sobre celuloide VI
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Penúltima entrega de este pequeño relato que espero os esté gustando leer tanto como a mí me gustó escribirlo, aunque es difícil. Que la semana empiece con buen pie para todos.

-Héctor ¿Sigues entero colega?- oí a Buttowski entre la estática de mi comunicador.
-La nave está hecha puré, he perdido el impulsor principal por una fuga de combustible, pierde aceite, combustible de reserva, hasta aire, el ordenador está muerto y el comunicador funciona sólo en frecuencias cortas- resumí yo. -Pero yo estoy vivo y la carga no ha sufrido daños, así que, supongo que no puedo quejarme- concedí soltando un suspiro.
-Tío, y yo soy el temerario, no he visto a nadie volar entre disparos con tanta confianza en la vida- me felicitó Buttowski en su habitual tono informal.
-Sí, bueno, en situaciones de delicado equilibrio incluso un simple loco puede marcar la diferencia, sobrevivir o no es sobretodo cuestión de suerte- bromeé yo.
-Siempre con tus rollos filosóficos. Voy a buscarte. ¿Qué te queda operativo?- una explosión considerablemente grande iluminó el cielo. La fragata, o sus pedazos, caían sobre la Tierra, que los recibía estéril y vacía.
-La mayor parte de los propulsores de maniobra menores, como funcionan con depósitos independientes no les ha afectado la pérdida del combustible en el depósito principal, por lo demás, un puñado de sistemas anónimos, y uno de los cañones de plasma- resumí explayándome innecesariamente. Abrí fuego y el retroceso me frenó lo suficiente como para permitirme terminar de detenerme usando los impulsores menores. La nave se quedó dando vueltas lentamente, pero dado que el impulsor de la parte frontal derecha no estaba entre los operativos no podía hacer nada por evitarlo como no fuera asomarme fuera y soplar.
-Gracias, la verdad es que un café sí que me apetece ahora mismo- saludé a Buttowski al ver llegar “la nave de rescate”
-¿De qué hablas?- contestó Buttowski a los mandos del aparato.
-Esta claro que eso que traes ahí no es una nave espacial- me burlé yo de la cafetera con la que había salido.
-Discúlpeme el señorito, pero es la única nave en la que puedo llevarte de vuelta a tierra- contestó mi viejo camarada fingiendo enfado.
-Bueno, bueno, de todos modos ¿De dónde has sacado un C-28?- pregunté realmente intrigado.
-Es un encargo, tengo que desguazarla para obtener algunas de las piezas. Desde que estalló la guerra los impulsores de un cierto tamaño están a precio de platino. Incluso por un viejo trasto como este te puedes ganar un buen puñado de billetes- me explicó Buttowski terminando su aproximación. -Bien, ahora si dejas de dar vueltas te recogeré y podremos irnos a casa- añadió sin darse cuenta de lo absurdo de su petición.
-¿Crees que si pudiera no lo habría hecho?- no contestó. -Colócate encima y abre la bahía de carga, sincronízate con mi giro y así podré entrar- le expliqué.
-Tienes suerte de que sea el rey de las maniobras delicadas- se jactó.
-Hasta dónde yo recuerdo sólo eres famoso por llevar las naves más allá de su límite y ganarte el odio de los mecánicos que tenían que hacerles el mantenimiento Después-
-Si no se rompen no has sobrepasado nada- Rick Buttowski era un buen piloto, pero era sin duda demasiado exigente con sus vehículos, es cierto que los conocía bien, pero también es cierto que había apuestas sobre cuanto tardaría en sobrevalorar una nave o su mantenimiento y terminar muerto.

Los C-28 habían sido diseñados para el transporte de materias primas y módulos durante las primeras fases de la colonización lunar. Su bodega de carga se abría por la parte inferior de la misma, dejando caer los paquetes sobre la Luna sin aterrizar sobre ella, y eran estos los que aterrizaban. De este modo las naves no tenían que aterrizar y, sobre todo, volver a despegar, con el subsiguiente ahorro de combustible y tiempo. Si bien es cierto que en la Luna no tenía mucho sentido este procedimiento se empleó allí con el fin de perfeccionarlo de cara a planetas y lunas donde la gravedad lo hiciera verdaderamente útil. Sea como fuere, aunque naves de anatomía similar han sido utilizadas para la colonización de buena parte de los sistemas actualmente habitados, la C-28 es una reliquia del pasado, un fragmento de historia obsoleto, una pieza de museo como las naves Apolo, el motor de combustión interna, o el LHC. Todo eso me pasaba por la cabeza mientras Buttowski acercaba su transporte y trataba de sincronizar nuestros giros. El resultado fue que mi nave giraba sólo algo más deprisa que la suya, por lo que todo era cuestión de esperar a que nos encontráramos como las agujas de un reloj. Fue cosa de casi diez minutos, diez minutos que pasamos en silencio, prestando atención a nuestros movimientos y confiando en que el momento oportuno no se nos escapara. Sólo el copiloto de la “nave de rescate” rompió el silencio un par de veces, siendo inmediatamente amonestado.
-Falta poco Rick, estate atento- comenté un par de revoluciones antes de que se solaparan nuestros giros. -¡Ahora!- le indiqué pocos segundos después. Los propulsores de maniobra de la parte inferior de mi malogrado carguero me impulsaron contra el C-28 de Buttowski, que inició el cierre del compartimiento de carga para que, tras chocar con el techo del mismo no saliera despedido de allí como una pelota de baloncesto. Un par de golpes más tarde, uno contra el techo y otra contra la compuerta cerrada del compartimiento, estaba a salvo y en manos de Buttowski, por contrapuestos que me pudieran parecer ambos conceptos.
-Te tenemos- oí la voz del copiloto de Buttowski.
-Por fin se acaba todo- suspiré aliviado.
-No estés tan seguro- oí decir a Rick.-El tren de aterrizaje está atascado y por lo visto ya habíamos desmontado los impulsores inferiores principales- de fondo se oían los lamentos de su copiloto.
-¿Cómo has despegado entonces?- inquirí un tanto nervioso.
-Con los de maniobra, estamos en la luna ¿sabes? La gravedad no es algo crucial en los despegues- se disculpó Buttowski.
-Sin los propulsores no podemos aterrizar en el hangar- vociferó el copiloto de Buttowski.
-Pues aterrizaremos en la superficie- respondió Buttowski tratando de pensar.
-No tenemos tren de aterrizaje- el copiloto parecía desesperado.
-¡Cállate de una maldita vez!-
-¡Vamos a morir!- lloró el copiloto. -No debí venir contigo-
-¡Cállate!-
-¡Eres un maldito chalado! Genio de las maniobras ¡Las narices!- El copiloto siguió profiriendo insultos cada vez de forma más inconexa hasta que sus lloriqueos fueron casi ininteligibles.
-Habrá que seguir el curso de los acontecimientos- apagué el comunicador, abrí una de las raciones de emergencia y comencé a comer para matar el rato.


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