Cuento sobre celuloide VII
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Última entrega de este pequeño cuento para iniciar el año a finales de enero. Es un poco más larga de la cuenta, pero siendo el final no he podido remediarlo. Unos cuantos personajes secundarios más han sido añadidos al universo de Héctor, lo cual me hace feliz. Sólo para que conste, en caso de que haya feministas entre el público, no me hago responsable las opiniones de Rick Buttowski con respecto de nada. Puede que sea mi personaje, pero no puedo coartar su libertad de expresión.

-Y el resto, ya lo ves- Héctor le tendió la fotografía. Héctor estaba sentado en el lado derecho de la foto, con gesto resignado mirando con una expresión entre el odio y la felicidad a al de en medio, que posaba en jarras con expresión triunfante, el tercero estaba medio tumbado sobre la nave, algo más atrás. -El de en medio es Rick Buttowski, realmente, mejor piloto de lo que parece cuando llegas a conocerle- Héctor sonrió con una nostalgia que Damaris no terminó de entender. Héctor por su parte pensaba no sólo en Rick, sino también en el tiempo pasado en el Belaya y en Ekaterina. Tiempos mayormente tranquilos, frecuentemente felices.
-¿Qué manera de contar una historia es esa?- se “enfadó” Damaris. -¿Cómo aterrizasteis? ¿Qué pasó luego? ¿Cómo es que todos llevabais trajes espaciales?- enumeró Damaris rápidamente.
-Ellos porque iban en una tartana sin sistema de soporte vital, yo porque soy piloto profesional y ex-militar. No voy ni a comprar el pan sin mi traje espacial, menos a Venus. Deformación profesional supongo- respondió Héctor, escogiendo deliberadamente la pregunta más trivial. Damaris le miró entrecerrando los ojos, en un cómico gesto de enfado. -No sé cómo fue el aterrizaje exactamente, estaba en la bodega de carga. Por lo que me contó Buttowski como estábamos un tanto alejados de la superficie puso la nave en órbita y fue reduciendo la velocidad para que nos viéramos atraídos a la Luna con delicadeza. Lo único que sé es que nos llevó dos horas y terminamos estrellándonos contra la superficie con bastante estruendo- relató Héctor.
-En el espacio no se hace ruido- contravino Damaris.
-No, pero dentro de la nave el ruido del impacto del C-28 contra la superficie fue considerable- puntualizó Héctor haciendo sonreír a Damaris.

El caso es que una vez en la base, y con todos los pilotos de vuelta, Rick y yo decidimos retirarnos a su apartamento para ponernos al día. A fin de cuentas no iba a tener una nave con la que poder salir de allí hasta el día siguiente, es decir, un número de horas suficientes como para tomar algo y dormir.
-Así que tú eres el jefe de los Red Dragons- rompí el silencio nada más sentarme.
-Mira quien fue a hablar, nada menos que el Fénix Azul. Esto hay que celebrarlo- Rick sacó una botella con ginebra y sirvió un par de tragos. Brindamos y comenzamos a bromear, a recordar viejos tiempos, y a hablar de nuestras ocupaciones actuales. Obvié el tema de mi estación jardín y me centré en mis actividades como mercenario, me ofreció un puesto bajo sus órdenes, lo rechacé pero le di mis señas para que pudiera contactarme si así lo necesitaba y el me dijo que contaba con su apoyo y recursos para lo que fuera. En conjunto, lo normal dadas las circunstancias.
-Me dicen que llevas un supresor inercial clase iota, algo así nos vendría muy bien por aquí- dijo Buttowski tras comprobar su comunicador.-Puedo doblar lo que te vayan a pagar- ofreció a continuación.
-Lo siento pero no puedo, no es para un mero cliente, se lo prometí a un viejo camarada, otro fénix podríamos decir- decliné yo.
-La lealtad es importante, la palabra de un hombre, el honor, son cosas importantes- Buttowski empezaba a estar tocado por la ginebra.-A fin de cuentas un hombre sin honor es una mujer con polla- añadió con un odio sordo en el fondo de su voz.
-Ya vuelves a estar con lo mismo- negué con la cabeza sonriendo.
-¿Qué quieres que le haga? Las mujeres te traicionan en seguida, los hombres en cambio son mucho más leales- murmuró como para sí mismo.
-¿Eso crees?-
-Eso me gusta creer-
-Así al menos puedes fiarte de la mitad de la raza humana ¿Eh?- bromeé yo con una tenue risa. -Por cierto ¿Sabes ya como se enteraron de que tenías algo de valor y de que ibas a estar sin defensas?- puse yo las cartas sobre la mesa.
-Muy perspicaz, robé un cargamento de piezas de recambio a los militares de Saturno, puede parecer una tontería pero no abundan cuando se está al margen de la ley- me aclaró para dejarme claro que confiaba en mí. -Un listillo creyó que podría jugármela y robarme el botín, mi botín, el muy capullo- Rick tomó otro trago e hizo una mueca de desprecio. -Su desgracia fue contratar a cucarachas para acabar con un dragón, como si ese ataque de mierda pudiera acabar con nosotros- Rick rió. -Claro que si no hubieras aparecido tú no sé cómo lo hubiera hecho- suspiró y levantó su baso. -¡A tu salud!-

-¿Qué piensas hacer con él?- pregunté inclinándome para acercarme a Buttowski.
-Siempre tengo algún caza en el hangar preparado para poder activar el control remoto- Rick sonrió, yo recordé el caza que se había estrellado contra la fragata. -Aunque les explote en las manos una puñalada por la espalda siempre puede dar ideas, así que mejor liquidar discretamente- ambos nos reclinamos en los sillones con un gran suspiro.
-Y aún así te niegas a tener mujeres contigo, aún con lo que favorecería el paisaje de este sitio un par de pechos de vez en cuando- le reprendí sin moverme.
-Si hubiera mujeres necesitaría cazas trucados a docenas- escupió con una carcajada maliciosa. Mis recuerdos de esa noche terminan en ese preciso momento, creo que me quedé dormido. Para cuando desperté Rick había desaparecido y yo estaba tapado con una manta. Sobre la mesa había un desayuno deshidratado que me comí con relativo gusto antes de que uno de sus hombres viniera a buscarme a su apartamento. Nos despedimos en el hangar, me regaló un C-800, algo más grande, mejor armado, más maniobrable y sobre todo mucho más moderno y caro que mi viejo C-722. Era su forma de darme las gracias por la ayuda desinteresada, un regalo no solicitado. Un hombre al que han traicionado tantas veces o aprende a apreciar y a agradecer la esporádica bondad del género humano, o se convierte en un sádico insensible y egoísta. Rick era y es, en realidad, demasiado sensible para poder endurecerse hasta ese punto.
Reflexiones psicoanalíticas a parte, el resto de mi viaje fue tranquilo, entregué el hiperimpulsor, me disculpé por el retraso, y seguí con mi vida.

-Sólo hay una cosa que no entiendo- dijo dubitativa Damaris.-Dos en realidad- rectificó al momento. -La primera es que si tenías intención de llevarte vivo al hacker ¿por qué llevabas la caja con permisos y todo, la que usaste para su…?- Damaris titubeó.
-Su cabeza- terminó Héctor, Damaris asintió. -Por lo mismo que los buenos montañeros llevan botiquines. Nadie sale a hacer senderismo pensando torcerse un tobillo, al menos yo no he conocido a nadie. Lo importante es que cuando pasen cosas, y pasan, estés lo más preparado que te sea posible- explicó Héctor con simpleza. -¿Cual es la otra?-
-Bueno… es que por lo que me has contado…-Damaris parecía indecisa y sutilmente sonrojada. -Con todos esos hombres con los que te reuniste tú…- Héctor sabía de lo que estaba hablando, pero prefería relajarse y disfrutar del espectáculo. -Bebías mucho- explotó finalmente Damaris. Héctor estalló en una violenta carcajada, cosa que hizo que Damaris se sintiera más estúpida incluso que antes.
-No tengo particular afición a la botella, pero tampoco es que sea estrictamente abstemio. Y sobre estos casos en concreto, digamos simplemente que en ciertos ambientes y contextos no puedes pedir zumo- respondió Héctor.
-Bueno… es que no me gustaría que fueras emborrachándote por ahí-
-Ah… ¿y eso?-
-Por salud- contestó Damaris en el acto. -Puede que no seas “La Coronel”, pero aún así tienes que hacer cosas, cosas importantes… en cierto sentido- respondió Damaris divagando ligeramente. -No quiero que te mueras antes de hacerlas, y menos aún por pendenciero- concluyó con el tono de una maestra reprendiendo a un alumno travieso.
-Mi hígado y yo te agradecemos tu preocupación- respondió Héctor tras un par de carcajadas.-Pero la verdad sea dicha, pendenciero no está entre las palabras que mejor me describen- concluyó Héctor. Ambos se quedaron en silencio durante un rato sin saber qué más decir exactamente. Damaris seguía sentada en la cama, y ya hacía rato que no quedaba nada de los dulces que había traído. El silencio se asentó entre ambos pero ninguno hizo ningún movimiento. Alguien llamó y la puerta se abrió con suavidad. Damaris se puso en pie de un salto y dejó la foto sobre la mesa de Héctor.
-Traigo la cena- dijo educadamente un joven con una bandeja en la mano.
-Lo haré tal y cómo me ha dicho- improvisó Damaris antes de salir de la habitación con paso decidido y un ligero rubor. Héctor hizo un gesto y el joven cambió la bandeja que había traído Damaris por otra con la cena y se marchó silenciosamente.
-Una conversación sin lugar a dudas fascinante- oyó Héctor en el vacío. -Llena de matices sutiles y aspectos sólo parcialmente expresados. Resultan tan interesantes cuando se presentan, casi diría fascinantes ¿No crees?- prosiguió la voz.
-Lo que creo es que tu condenada costumbre de meterte donde no te llaman es si cabe más odiosa que tu costumbre de dar mil rodeos e irte por las ramas- respondió Héctor en voz alta. La acompasada y algo pedante risa de Ílidan se fue difuminando hasta desaparecer. Héctor volvió a su trabajo y cenó como solía: solo frente al ordenador.

FIN


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