Cuento sobre celuloide I
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Aquí tenemos la sorpresa de la que os hablaba hace unos días: otro pedacito de las aventuras de Héctor. Es un fragmento de historia que estará emplazada en la segunda guerra del sistema solar, con Héctor como mercenario. Los personajes que aparecen son casi todos nuevos a excepción de Damaris, una viaja conocida de la trama original que hace su primera aparición en este blog. Las actualizaciones serán Lunes y Miércoles. 

Cuento sobre celuloide

Damaris dejó sobre la mesa una bandeja con una infusión humeante, el azucarero y unos cuantos dulces. Héctor puso abundante azúcar en la infusión y removió.
-Muchas gracias- Héctor estaba introduciendo los datos de una libreta en un ordenador de sobremesa. Damaris miró de reojo. Al parecer eran anotaciones sobre las dimensiones exactas de las plantas que estaban criando. Tamaño y forma de los pétalos, longitud y grosor del tallo, tiempo de crecimiento, todo extremadamente exhaustivo.
-No sé cómo no engordas con todo ese azúcar- trató Damaris de iniciar una conversación. Héctor gruñó sin escuchar y siguió con su trabajo. -Esas fotos que tienes aquí siempre me han intrigado mucho- prosiguió Damaris sin atender al desaliento. Héctor comió un dulce a modo de respuesta. -Hay fotos tuyas por medio sistema solar, la mitad que está colonizada, pero ninguna romántica, ninguna demasiado personal ni demasiado íntima- Damaris se inclinó sobre la mesa para ver las fotos más de cerca, en un tablón sobre la pantalla del ordenador en el que Héctor tecleaba.
-No serían demasiado íntimas si las colgara de la pared ¿No te parece?- respondió Héctor. Damaris había apoyado  sus manos en la mesa y tenía medio cuerpo sobre la misma, su sombra proyectaba la imagen de su cuerpo recortada contra la libreta de la que trataba de copiar Héctor.
-Supongo que no- Damaris le dirigió una sonrisa sin moverse. -Pero es que no hay siquiera fotos de algo remotamente parecido a una ex-novia por aquí- recorrer el cuerpo de Damaris, exuberante aunque de algún modo frágil empezaba a darle vértigo. Ella por su parte pretendía no darse cuenta de nada y le miraba con la mayor inocencia de la que era capaz. Esa inocencia perversa, quizás traviesa, de quienes sólo la fingen a medias.
-Ya bueno… yo…esto… no soy muy dado a ese tipo de cosas- Héctor tomó un trago para darse tiempo para pensar una excusa mejor.
-¿No hay ninguna que merezca ser recordada? Damaris se había dado la vuelta y estaba ahora apoyada en la mesa. Así estaba menos atractiva, pero más cercana.
-Cómo ya he dicho no sería muy íntimo si lo colgara de la pared- Héctor miró al suelo.
-Es como si no quisieras recordar a nadie- dijo Damaris con tono triste y preocupado.
-Los que no están no pueden irse- murmuró Héctor entre dientes.
-¡¿Y vas a pasar el resto de tu vida encerrado en ti mismo?!- Damaris se puso en pie frente a Héctor de un salto. Hablaba en tono desafiante y duro.
-¿Alguna objeción?- Héctor clavó sus ojos en los de ella con una mueca cargada de un odio que no sentía realmente. Damaris se quedó quieta conteniendo una lágrima que quería escapársele. Quedaron así  a penas un segundo, hasta que Héctor bajó la cabeza con un suspiro y se quedó mirando el suelo a su lado.
-Hay… una foto, que siempre me ha llamado la atención más que las otras- rompió Damaris el silencio tras soltar un largo y silencioso suspiro. Damaris la desclavó del tablón y la dejó sobre la mesa.
-¿Qué le pasa?- Héctor la miró durante un instante. En la imagen él mismo y un par de conocidos con trajes espaciales frente a una nave, tras un aterrizaje forzoso.
-¿Es un C-28?- preguntó Damaris haciendo referencia a la nave -¿De los que se usaron para colonizar la Luna?- añadió como estando segura de lo extraño de la imagen.
-No creo que quede ninguno de esos entero, a fin de cuentas la Luna se colonizó hace ya una buena temporada, pero sí, es un C-28- Héctor pareció sonreír por un segundo.
-Me lo vas a contar o tengo que suplicar- la imagen de Damaris arrodillada cruzó la mente de Héctor sin desagradarle del todo, pero dado que en su imaginación no suplicaba exactamente se guardó las respuestas mordaces y se decidió a contar la historia.
-Volvía de encargarme de un hacker pirata y…- comenzó Héctor.
-¿De matar a alguien?- Damaris palideció suavemente por la impresión
-Sí bueno…el encargo era así, vivo o muerto, no los acepto nunca de otro tipo-
-Se me hace imposible imaginarte matando a alguien a sangre fría-
-Te recuerdo que soy un ex-militar mercenario- respondió Héctor en tono de obviedad. Damaris quedó en silencio y Héctor sonrío tenuemente antes de comenzar su historia.

Era una noche oscura. Claro que en Europa la diferencia entre el día y la noche no es demasiado grande si nos ceñimos a criterios naturales. Una de las primeras cosas que se aprendieron en la colonización es que aunque pueda parecer mejor en un primer momento, mantener una iluminación constante no es sano para los seres humanos. Aún cuando toda iluminación relevante dependa del alumbrado artificial conviene recrear los ciclos solares por el bien de la integridad mental de la gente. Estoy divagando más de la cuenta. Lo importante aquí es que estaba oscuro. Acababa de descolgarme del tejado de un edificio y avanzaba sigilosamente a través de uno de los hogares. No había nadie en el dormitorio, por lo que seguí avanzando ametralladora en mano. Había dejado mi bolsa en la habitación por comodidad, de modo que me movía con relativa agilidad por el apartamento. No estaba especialmente nervioso, pero sí tenso. Este tipo de trabajos se complican considerablemente si el interfecto empieza a gritar. Tenía que hacer el primer movimiento sin dejarle tiempo de hacer ninguna estupidez Abrí una puerta bajo la que vi luz, en su interior un hombre inmensamente gordo estaba frente a seis pantallas y con lo que debían de ser la décima parte de los ordenadores de Europa abarrotando la habitación. No le tengo ningún cariño a los hackers, en realidad los informáticos en general me ponen bastante nervioso. Aquel sujeto estaba envuelto en sudor y despedía un olor bastante fuerte, era más bien paliducho y tenía una mirada bastante ida. Hubiera apostado que hacía más de un par de meses que no salía de su agujero.

-¡¿Qué haces en mi casa?!- bramó nada más verme.
-Vender seguros. Pareces lo bastante listo como para adivinarlo por ti mismo-
-¿Sí? Veamos que le parece a la policía- el tipo hizo un gesto extraño y yo empecé a llenar de plasma toda la habitación. Los ordenadores, los monitores, todo lo que tuviera aspecto de tecnología. Una de las ventajas esenciales de las armas de plasma es que no hacen ningún ruido, escaso ruido en el peor de los casos, sea como fuere el tipo pareció captar la indirecta. Se quedó muy quieto, algo más blanco de lo que ya era de por sí, mirándome con los ojos muy abiertos.
-¿Quién eres?- preguntó finalmente.
-Alguien con ametralladora, pero si de verdad quieres saberlo me llamo James Bredoteau- mentí tratando de calmar un poco el ambiente
-¿Qué quieres?- aquel sujeto mantenía un tono bastante altivo que comenzaba a enervarme. Respiré profundamente y le conté que estaba allí para llevarlo a Venus, dónde le entregaría a un enlace del gobierno de Ganímedes que se lo llevaría, probablemente para encerrarle de por vida.
-¿Eres caza recompensas?- Kevin, ese era el nombre del informático en cuestión parecía un tanto confuso por la complejidad de una situación bastante simple: había metido las narices en el avispero equivocado.
-Caza… ¿De qué película has salido? No estamos en el oeste, Creo que la última recompensa por la cabeza de alguien se puso en el siglo XXI y aún entonces sólo algunos países de psicópatas tenían caza recompensas.- le espeté secamente en tono de insulto. -Soy un mercenario, no sé si te has dado cuenta, pero ahí fuera hay una guerra condenadamente grande y en esas circunstancias proliferamos los tipos como yo- proseguí tras bajar el arma. Esperaba poder llevarme al hacker en relativa paz.


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