Y para terminar la semana otro emocionante, o no, punto de giro en la historia de la pareja de moda en codigoazul. Disfrutadlo
Ya en primavera pasaban más tiempo dedicándose a sus actividades. Tanto Naida como Todd buscaban comida por las mañanas temprano, y Todd a veces por la noche, cuando ella ya dormía. Naida aún no había empezado a guardar comida, en su experiencia cualquier cosa que guardaras en primavera estaría completamente estropeada en verano. Para cuando volvió de su paseo matutino en busca de comida el sol pendía en lo más alto del cielo. Se encontró a Todd cavando un pequeño hoyo en el que depositó, para la mayor de sus sorpresas, un arándano rojo, cubriéndolo de tierra inmediatamente. Pensó que era lo más tierno que le había visto hacer nunca y sintió algo que le nacía de dentro del pecho y que la invadía con una sensación agradable de… de… Naida ascendió con la fuerza de un espasmoso aleteo, chocando con una rama y cayendo al suelo.
-Deberías mejorar los aterrizajes- se burló Todd tras comprobar que estaba bien.
-¡Cállate!- rió ella. –¿Puede saberse que estabas haciendo?-
-Bueno… me he fijado que te gustan mucho los arándanos y he pensado que si tenías uno aquí podrías comer siempre que quisieras-
-Míralo él… mi lobito agricultor- Todd se sonrojó.
-¡Cállate!-espetó él. -Aunque tardará siglos en crecer
-Te olvidas de con quien hablas jovenzuelo- dijo el hada irguiéndose dignamente. -Súper poderes feéricos de la naturaleza ¡Activados!- declamó haciendo poses extrañas. -JIA- exclamó lanzando un tenue rayo de luz contra el suelo. Gotas de sudor caían por la frente de Naida mientras el haz salía de sus manos. Un minuto más tarde Naida cayó rendida y un pequeñísimo brote surgió del suelo ante sus ojos.
-Impresionante…- dijo el lobo mirando el brotecillo de cerca. -Yo creo que a este ritmo en setecientos años lo tenemos hecho-
-¡Cállate!- se quejó Naida entre resoplidos. -Es que no puedo concentrarme cuando me miras con esos ojos así- dijo abriéndose los ojos con los dedos.
-¿Que tienen de malo?-
-¡Que me siento observada!- Naida remontó el vuelo. -A saber lo que pasa por esa cabeza peluda y dura que tienes-
-Pues que sepas que los sentimientos se huelen- dijo con retintín.
-Así que tienes la inteligencia emocional de una nariz mojada- dijo tocándola con la mano tumbada en el morro de Todd.
-Y tú la de una mariposa esquizoide y no te digo nada-
-Pues que sepa señora nariz que las hadas somos seres de luz que…-
-A menos que las mires fijamente- la interrumpió Todd.
-¡Pues no me mires! ¡Y tampoco me huelas!- Naida se sonrojó por completo.
-Pero me gusta tu olor- rió Todd.
-¡¿Y eso por qué?!- Esta vez le tocó a Todd sonrojarse y la conversación terminó tan abruptamente como había empezado. El viento trajo la risa lejana de alguien conocido.
-¡Cállate!- gritaron ambos al cielo enteramente sonrojados.
Lo que Naida no sabía es que, por desgracia para Todd, cualquier magia destinada a aumentar o acelerar el crecimiento de un ser vivo tiene un efecto retrasado en el tiempo. Las cosas no crecen ante tus ojos, sino que lo hacen más rápido de lo normal durante un largo período de tiempo. Naida estuvo todo el verano jactándose del crecimiento del arbusto y básicamente vengándose de Todd por haberse reído de ella. Por su parte Todd se limitó a frustrar cada uno de los intentos de Naida para asustarle. El hada no entendía que invisible no significaba imperceptible y que si hubiera hecho más ruido al volar probablemente la hubieran confundido con un helicóptero. Para cuando llegó el otoño el arbusto ya tenía proporciones adultas y parecía más que dispuesto a dar fruto aquel mismo año aún cuando las abundantes lluvias tardías habían hecho que la fruta de la mayor parte de arbustos y árboles se estropeara prematuramente.
-Todd… Todd… – lo llamaba Naida por el bosque. Aquel no era un buen momento para que lo buscaran, y era peor momento aún para que le encontraran. -Con que aquí estás, podrías haberme…-. Naida quedó muda al ver el cadáver medio despedazado de un corzo tirado en el suelo. Sus ojos estaban velados y su lengua colgaba de un lado de su cabeza. No había olor. No había gritos. Estaba tirado boca arriba con la cabeza colgando el cuello marcado en sangre y su interior desgarrado. Y en mitad de todo aquello estaba Todd, con el hocico metido en las entrañas del corzo. Su hocico empapado en sangre fresca mientras seguía engullendo pedazos más grandes que ella misma con total tranquilidad.
-Podría haberte avisado ¿eh?—contestó Todd tomando otro bocado
-¿Te importaría parar?- suplicó al borde del vómito.
-Claro, vamos- cedió Todd con un suspiro. Caminaron durante unos minutos en silencio, Naida volaba pálida sin atreverse a acercarse al lobo.
-Sigo siendo yo- dijo Todd dirigiéndose a un arrollo. –Ya está ¿me vas a hablar ya?- añadió tras lavarse, pero estaba solo. -jod… ¡der!-
Naida volaba a toda velocidad en dirección a ninguna parte, se sentía perseguida. Se sentía acosada. Se sentía traicionada. Y sentía que había algo que se le escapaba. Nunca había visto comer a Todd, con excepción del búho que la había atacado, y había estado demasiado asustada como para ver nada realmente. Y bueno… era un búho. Nunca había visto un cadáver antes. Era como si uno pudiera caerse dentro, como si sus ojos hubieran dejado de mirar y uno pudiera asomarse y ver los remos del barquero.
Y sin embargo… Eran los ojos de Todd los que los que la perseguían. Había algo primario en ellos, algo animal en su expresión mientras comía, algo salvaje ¿Dónde cabía el Todd con el que había pasado cientos de noches? ¿En qué rincón las charlas y los juegos? Era una mirada que reflejaba el placer mecánico de… ¿De qué? El círculo no le había enseñado nada acerca del mundo. Se sentía traicionada por aquellos ojos amarillos. Todd era un lobo. ¡¿Cómo había podido ser tan estúpida?! ¿Qué había esperado exactamente? Todd no iba a volverse hacia ella en mitad de la noche con los ojos anegados y decirle… ¡¿Qué demonios quería que le dijera?! ¡¿Qué quería decirle?! Todd era un lobo y ella había sido una tonta creyendo que…no sabía muy bien el qué.
Finalmente el lobo llegó a su cueva, donde un inapreciable tintineo le dio la bienvenida. Parecía como una campánula con una pequeña esfera dentro que tintineaba cuando soplaba el viento. No tenía la más remota idea de lo que podía significar, pero sin duda le daba un toque interesante a la guarida de un lobo.