La batalla de Lanser (Escena eliminada)

Esperaba para esta semana un contenido que no ha llegado, de ahí mi silencio, hoy viernes os traigo un fragmento del relato de Monti que no llegó a ver la luz del sol, o su equivalente en internet. Tras escribir su relato, Monti me hizo entrega de la versión alfa del mismo para que diera mi opinión. Ello terminó en la reescritura de algunos diálogos por mi parte, que fueron luego reescritos por Monti para dar, por fin, la versión definitiva.
En este proceso se perdieron algunas cosas, afortunadamente no la la broma sobre no querer perderse la muerte de su padre por parte de Steinfield.

La más notable de las mismas, por extensión al menos, fue le supresión de una pequeña ida de olla que tenía lugar en el primer diálogo entre Steinfield y Guillot. Una pequeña burla sobre los dramatismos que a veces vemos en películas y series con personajes atormentados o traumatizados por su pasado. Espero que os guste.

la tierra es genial, por eso me gusta el senderismo- respondió con una carcajada. -Ya te lo he dicho muchas veces André, el único problema de la tierra…-
-Es que está llena de terrícolas, lo sé- completó Guillot la frase de Steinfield. -De todos modos la vida de un aristócrata no puede estar tan mal- añadió André para hacer saltar a su amigo.
-Ah… viejo amigo- Richard hizo una pausa. -Bien sabes que no suelo hablar de mí, bien sabes que soy… un hombre reservado, un hombre que no gusta de pasear por los oscuros callejones del ayer, un ayer repleto de sombras- Richard dio otro trago. -Unas sombras que quiero confiarte viejo amigo- André dejó el baso en la mesilla y se dispuso a escuchar.
-No siempre fui Richard, aunque no recuerdo que nombre tuve en el pasado. Nací en la localidad rusa de Usinsk, un lugar gélido y desolado aún pese a los edificios y la gente que allí vive. Siendo yo muy pequeño mi padre, un comerciante local, murió a manos de sus deudores, alguna anónima mafia local, a la que había perdido dinero a la espera de que el negocio prosperara, pero nunca lo hizo. Poco después de la muerte de mi padre nos desahuciaron y nos vimos en la calle, lo que resulta prácticamente una condena a morir congelado, y así hubiera sido, de no ser por la amabilidad de algunos amigos que nos acogieron en sus casas, y hasta nos dieron de comer cuando tenían con qué. Por lo demás mi madre subsistía mendigando, o yendo, cuando tenía suerte, de trabajo infame en trabajo infame, ganando lo justo para mantenernos a ambos, aunque los gastos que yo le comportaba iban creciendo conmigo, al revés que sus ingresos- Richard reprimió unas lágrimas por su difunta madre y siguió adelante. -Todo aquello cambió gracias a que un amigo de mi madre, quizás algo más, le consiguiera un trabajo en casa del noble Steinfield, algo por debajo incluso de una limpiadora, pero algo mejor que mozo de cuadras. Se pasaba hambre y frío, te lo garantizo, pero ninguna de las dos cosas amenazaba ya con matarnos, y eso ya representaba un avance para nosotros. Steinfield era un noble inglés bastante estirado, que se había afincado en Usinsk, la ciudad natal de su primera esposa, por un capricho de esta. Por una de aquellas casualidades de la vida resultó que la mujer tenía un aire a mi madre, y el noble se enamoró de ella, de su entereza y su fuerza, del ascua ardiente de dulzura que brillaba en su pecho como una pequeña hoguera en mitad de la estepa rusa- Richard suspiró tenuemente y ambos bebieron aprovechando la pausa. -Huelga decir que el noble no se casó con ella, pero la convirtió en una criada de la casa, con comida y habitación con calefacción, aquellos fueron años sencillos y felices para mí. El noble no escondía su atracción ni afecto por mi madre, quiero decir, aún cuando no se habla de ello en las fiestas de la alta sociedad, no son pocos los nobles encariñados, o que se acuestan, con sus criadas. Pasaron los años y el noble, estéril de nacimiento, se encariñó también conmigo. Hasta donde sé le recordaba un poco a él mismo, era inteligente y atrevido, y le divertía al desafiarle al ajedrez o a cualquier otro juego de estrategia, no muchos intentan de veras ganar a su amo al ajedrez. El caso es que terminó por adoptarme, mi madre consintió, y aún cuando muchos en la alta sociedad de la zona sabían que no era el hijo de su prima muerta trágicamente en un accidente, Steinfield tenía suficiente dinero como para que la mayoría sonriera y elogiara la suerte del hijo de su prima por tener un protector tan generoso y se compadecieran de él a sus espaldas por ser un viejo estéril que había adoptado al hijo de una criada. La aristocracia es así. Yo pensé que aquel era el fin de cualquier penuria, el inicio de la ascensión a los cielos, pero lejos de representar un nuevo ascenso, aquella adopción pareció devolverme, de manera metafórica, a las frías calles rusas- Richard se mojó los labios con la pausa de efecto. -¿Has conocido a algún noble André, son como el hielo en sus bebidas, fríos, duros, yermos y empapados en un licor más valioso que su existencia. Nunca me adapté a mi nueva vida, los criados me trataban con rencor y distancia, con la envidia de imaginarme bañándome en riquezas por ellos solo soñadas sin yo merecerlo, y los nobles… bueno, son nobles. Nunca encontré, o mejor dicho, nunca volví a encontrar, a un verdadero amigo, alguien con quien conversar, alguien que no estuviera obsesionado con las acciones, las cacerías, el golf, y los caballos de carreras, o que no terminara cada frase diciendo “como guste el señorito”. Volví el rencor hacia mi padre adoptivo y nos fuimos distanciando, aunque él me conservaba el cariño y creo que hasta me entendía en cierto modo, mientras mi madre me compadecía. Terminé en el ejército harto de su estilo de vida, arto del esnobismo y del servilismo comprado, harto de la tierra y de los terrícolas, buscando huir, buscando marcharme para no volver jamás- Richard suspiró largamente. -Y esa es mi historia André, la historia del coronel Richard Steinfield- terminó grandilocuentemente el coronel.
-Vaya drama- respondió el teniente coronel André Guillot al cabo de unos pocos segundos. -¿De dónde los sacas?- preguntó estallando ambos en carcajadas. -¡El huérfano sin nombre de Usinsk nada menos!- ambos continuaron riendo. -Eres Richard Steinfield, hijo de Sir Persival Steinfield. Te criaste en Inglaterra montando a caballo entre los prados floridos y la única nieve que viste en tu infancia es la de las pistas de esquí- terminó de reír André.
-Sí bueno, pero reconocerás que es mucho menos dramático sin la nieve y con las flores-
-Sin duda, sin duda- concedió André. Richard gustaba de inventarse un cuento distinto, cada vez más dramático que el anterior, cuando salía a relucir el tema de su pasado. Era otra de sus costumbres para matar el rato.
-El caso es que en la tierra no hubiera podido hacer nada de valor, a parte de jugar al bridge y hacer como que dirijo un imperio económico mientras en realidad, está en manos de los gestores en Marte- aclaró Richard
-Esa historia sí me la sé, desde que la industria se trasladó a Marte, la Tierra se ha convertido en un nido de aristócratas vagos y engreídos que solo saben pavonearse y donde los únicos puestos de trabajo de verdad son los de servicio doméstico, las tiendas, y otras bagatelas mal pagadas- resumió André
-Exacto. Y yo renuncié a mi primogenitura y entré en el ejército para escapar de toda esa mierda. ¿Por qué te gusta tanto que te cuente una y otra vez esta historia?-
-No todos los días tienes la ocasión de escuchar al primogénito de una de las grandes familias decir que prefiere la vida de soldado destinado en el último rincón del sistema solar a los palacios y las prostitutas de lujo. Es el tipo de cosas que uno espera de las películas de serie B, no de la realidad- Explicó André.


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