La hermana pequeña I

Primera entrega del que es el relato más largo que he escrito hasta la fecha. Ambientado en el mundo de Héctor, esta historia tiene lugar en un punto bastante avanzado de la trama, con Héctor firmemente consolidado como mercenario. Sé que debería escribir menos salteado pero por el momento así está el tema. No he querido partir la introducción en dos partes de modo que el post es algo largo, pero así se compensa la escasez reciente de material. Como de costumbre publicaré Lunes y Miércoles. Espero que os guste a todos tanto como yo he llegado a odiar algunos fragmentos que me han dado guerra.

La hermana pequeña

Llegue a Marte con la orden de recoger un paquete y llevarlo a una gente en Ganímedes. Por lo visto Elidan consideraba crucial que aquel paquete llegara sano y salvo a su destino, y por lo visto no confiaba en las empresas de mensajería. Aún a día de hoy no sé muy bien que había en aquel paquete, si es que algo había, lo importante es que yo estaba en Marte, más exactamente en la ciudad cúpula que servía como capital del complejo industrial que conformaba el herrumbroso planeta. Había aterrizado allí hacía casi una hora, y ababa de reunirme con mi contacto, un tipo bajito y bastante confundido, que no parecía terminar de comprender por qué le habían contratado para entregarme los papeles para que me entregaran un paquete. No hablo mucho, y yo no le dije demasiado. Me cayó bien. Nada más recibir el sobre vi una cafetería al otro lado de la calle, y como tenía el resto de la tarde para mí sólo decidí entrar a tomarme algo, y reflexionar acerca de mi vida y de dónde había tomado el desvío equivocado que me había llevado a ser recadero para un druida prerrenacentista.
El lugar parecía limpio y bastante decente, y por lo que rezaba en el cartel aquel sitio había estado abierto desde la fundación de Marte. Colgadas de las paredes había fotos de antiguas glorias de aquel tiempo. No reconocí a casi nadie, a excepción de Alexander Tydale con una mujer morena, el antiguo dueño de la empresa que diseñó el sistema de astropistas y bajo cuya dirección se construyó la conexión entre Marte y Júpiter. A juzgar por como se miraban no debía de ser su mujer, o era su viaje de bodas.
Por el fondo de las fotos el lugar había conocido mejores tiempos, tiempos brillantes incluso, y a juzgar por el aspecto general del barrio, bastante viejo pero recientemente rehabilitado, aquel sitio había conocido también tiempos peores. Me pareció un sitio relativamente tranquilo, relativamente decente y, sobre todo, me pareció que estaba allí mismo.
-Un lingotazo de ginebra y un té con canela- saludé con tono de cowboy mientras me sentaba en la barra.
-Esa es una bebida extraña forastero- respondió el tipo tras la barra siguiéndome la corriente.
-Cada cosa por separado- aclaré sonriendo por su complicidad.
-Sigue siendo una combinación extraña- el hombre se encogió de hombros.
-Me gusta el té, y he tenido un mal día- le comenté mientras manejaba la máquina de café para obtener agua hirviendo.
-Eso lo explica todo- concedió sirviéndome el pedido.
-¡Por Tydale!- alcé mi vaso mientras señalaba por detrás de mi hombro. -Padre de todos los problemas, y a la vez de parte de las bendiciones, con las que vivimos- dije con sarcasmo y algo de malicia.
-A esa le acompañaré- dijo el tabernero sirviéndose un trago. -Por librarnos de los tiranos, y meternos en un fregado de tres pares de cojones- brindó con el tono de voz más cáustico que se pueda oír en algún que otro pársec a la redonda.
-Chin, chin- dije antes de tomarme de un trago el pequeño vaso con licor que había frente a mí.
-Esa foto tiene historia ¿sabe?- dijo inclinándose sobre la barra como para hacer una coincidencia. -Esa es la hermana de su prometida- dijo finalmente. -El tipo tuvo una aventura con ella aquí en Marte- casi me pareció oler cierta envidia en sus palabras.
-Aún sigues contando esa historia- dijo una voz femenina a poca distancia de mí.
-¿Lo de siempre?- dijo el camarero, que se puso a prepararlo sin esperar la respuesta.
-Tanto tiempo muerto, y lo único que recuerdan de ti es que te acostaste con la hermana de tu novia- dije medio en broma mientras olía el té que humeaba frente a mí. -¿No está de acuerdo conmigo señorita?-pregunté al ver que la chica no me contestaba.
-Estoy segura de que si no fuera por eso no sabríamos ni su nombre- me contestó la chica con un deje de emoción en la voz. Era una voz bonita, una de esas voces de graves, suaves y seguras, tan atractiva como para los insectos una Venus atrapamoscas.
-Desde luego yo no sé quien es ninguno de los otros tipos- dije dándole la razón sin despegar la vista de la barra, un viejo truco de antro para hacerse el interesante.
-No todos podemos salir en el periódico… Fénix- un espasmo tensó todos los músculos de mi cuerpo, y el del camarero, que hacía como que no nos escuchaba mientras manejaba la cafetera como si de una pieza de última tecnología se tratase.
-Creo que se confunde señorita- dije tomando un trago. -Sólo soy un tipo matando el tiempo… uno de tantos… buscando Dios sabe qué- añadí cuando me hube relajado.
-No me cabe duda caballero, no obstante, estoy segura de ser capaz de reconocer a mi único hermano cuando le veo- dijo casi riendo. Me giré de golpe para encontrarme con la cara de una mujer sólo remotamente parecida a mi hermana. Una cara que estalló en violentas carcajadas nada más ver la expresión de mi cara.
-¿Pretendías ligar conmigo con esa actitud de tipo duro?- dijo entre las carcajadas.
-¡¿Cómo iba a saber que eras tú?!- dije sin salir de mi estupor. -¡¿Qué haces aquí?!-
-¿Qué haces TÚ aquí? Yo vivo en este planeta- dijo calmando finalmente las carcajadas.
-Estoy de paso, cumpliendo con un trabajo- dije mientras el camarero nos miraba sin entender nada.
-No pensé que volvería a verte- dijo tomando asiento junto a mí. -No ahora que eres el Fénix- sonrió ella con algo de sorna.
-El mote me lo pusieron por el dorsal del caza- me justifiqué yo. -De todos modos si hubiera sabido que estabas aquí hubiera venido a verte hace mucho- dije casi disculpándome. -La vida de mercenario tiene muchas más épocas de calma de las que la gente cree- pude reparar en que el camarero se moría por intervenir.
-¿Lo dices en serio Erica?- escupió finalmente. -Tu hermano es…- no se atrevió a terminar la frase.
-Sí, soy el Fénix Azul- intervine yo. -Si quieres una foto para ponerla en tu pared de famosos adelante- bromeé yo, dejando más confuso si cabe al único camarero y dueño de aquel sitio. -De todas formas ¿cómo has sabido que era yo?- volví a dirigirme a mi hermana.
-Vamos Héctor, hoy en día hasta las sartenes vienen con cámara- rió Erica. -Hay unos cuantos vídeos y fotos tuyas por Internet. En algunas se te ve con bastante claridad pilotando- explicó con sencillez. En ese momento, ya algo recuperado, tuve tiempo de fijarme en aquella mujer que, por lo visto, era mi hermana pequeña. No era muy alta, y conservaba su larga melena castaña indomable y por tanto algo desordenada, por lo demás estaba claro que la pubertad le sentó bien en su momento. Su figura era fundamentalmente elegante y digna, tenía unos labios voluminosos, propios de la familia, y unos ojos claros, de un color miel con reflejos algo más oscuros y que, incluso desde detrás de las gafas, parecían dejar helado como mínimo al camarero. La proporción de carnes estaba bien encontrada, con un pecho firme y turgente de un tamaño nada ignorable sin llegar a ser del todo generoso y un contorno lo suficientemente sinuoso como para perderse en él si no se lleva mapa.
-¿Y me reconociste?- inquirí dirigiéndome a una mesa cercana, pegada a una de las paredes del local. -Yo no te hubiera reconocido si no me dices que eres tú-
-Sigues teniendo la misma expresión de soñador empedernido- explicó siguiéndome hasta la mesa. -Algo más apaleado de lo que la recordaba, pero la reconocería en cualquier sitio- me sonrió con ternura yo tomé el vaso y me disponía a brindar cuando un inmenso golpe de luz me dejó medio ciego. Siempre he odiado las fotos con flash.
-Dijo que podía sacarle una foto para colgarla- respondió el camarero a mi mirada cargada de odio. Aquello me hizo reír, era casi una estrella.
-De acuerdo, pero cuélgala al lado de la de Tydale ¿Quieres?- el camarero asintió, y desde aquel día, o el día en que finalmente la colgara, ha habido en aquel local, junto a la foto de Alexander Tydale, un retrato de un mercenario con una mujer que, aún pese a los rumores y las habladurías, no era sino su hermana.
-En fin…- dijo tomando una pequeña hoja de su agenda y apuntando algo. -Prométeme que llamarás- añadió tendiéndome la pequeña hoja con su número.
-Lo prometo- respondí tendiéndole una tarjeta en la que sólo aparecía el mío, algo más largo de lo normal.
-¿Vives en un asteroide en la órbita de Júpiter?- preguntó examinando con detenimiento la tarjeta.
-¿Cómo…?- me quedé blanco ante la facilidad con la que lo había descubierto.
-El número te pone en evidencia, un número tan largo significa que tienes un receptor privado de comunicaciones, lo que significa que tienes una base en algún lugar sin cobertura- explicó en tono pedagógico. -Además, siempre te encantó el tornado que hay en Júpiter- sonrió ella dejando en evidencia mi predictibilidad
-En realidad es mi número de móvil- me defendí enseñándole el aparato. -Aunque si me mandas un fax o un mensaje grabado llegará a mi base- expliqué con naturalidad.
-Es imposible, un transceptor ocupa una pequeña sala, en un móvil no se puede…- la expresión de mi cara la frenó. -Ya… tu y tu tecnología experimental. Tienes que decirme donde compras los gadgets- dijo finalmente.
-Te gustaría tener un móvil como el mío ¿eh?- dije en un infantil tono picajoso.
-Desde luego te ahorras los problemas de cobertura- dijo con gesto de obviedad. A todo esto, las comunicaciones en el sistema solar supusieron un problema considerable en los primeros tiempos de la exploración espacial. Incluso la luz tarda varios minutos en llegar de la Tierra a Marte, y alrededor de media hora hasta Júpiter. Por supuesto las llamadas en un sentido convencional se hacían imposibles y la comunicación bastante ineficiente. La solución, que llevaría con el paso de algún que otro siglo al desarrollo del teletransporte, pasó para emplear el acople cuántico para transmitir las señales de datos entre centralitas de los distintos planetas, y a partir de ahí emplear las tecnologías convencionales. La estabilidad de los acoples dejaba mucho que desear, por lo que cada pocos meses había que rehacerlos, y los agujeros abiertos no eran lo suficientemente grandes como para transmitir materia, ni lo serían en bastante tiempo. Era posible sin embargo, aunque con un coste bastante elevado, construir pequeñas centrales privadas. Requerían técnicos, mantenimiento, y una sala de comunicaciones bastante completa, pero cada vez eran más las empresas que las utilizaban en sus estaciones mineras en el cinturón y de hecho las compañías de telecomunicaciones ofrecían ya el servicio, permitiéndote conectar tu propio transceptor a la red, con lo que el cliente era el responsable de irlos cambiando. Por supuesto una de las ventajas de viajar en el tiempo es poder disponer de tecnología ultramoderna, por lo que sólo me tocaba ir a cambiar el transceptor cada dos años y medio más o menos.
Así pues la sala de comunicaciones automatizada de mi estación gestionaba las comunicaciones con mi nave, mi teléfono, y diversos otros transceptores en distintos lugares y tiempos, y es la estación la que está conectada a una centralita en Júpiter. La principal ventaja del sistema, tanto para mí como para el resto de asociados con teléfonos cuánticos es que no importa dónde o cuando se esté, siempre se tiene magnífica señal.

-Aún no me creo que nos hayamos encontrado en mitad del sistema solar- se entusiasmó de repente Erica. -¡Menuda casualidad!- su amplia sonrisa atrajo la mirada de más de uno de los clientes.
-Sí… una casualidad increíble- casi podía oír la desagradable y nada contagiosa risa de Ílidan flotando en el aire. -Aunque ya sabes, el mundo es un pañuelo-
-En realidad el mundo es una masa de tierra muerta con una atmósfera irrespirable-
-Bueno… si insistes en ser precisa en los detalles, sí- concedí sonriendo. -Hablando de lo cual me estaba preguntando… ¿Cómo saliste de allí?- pregunté en tono serio.
-En una nave espacial- resumió Erica con simpleza.
-Ya me imagino que no te recogió el monstruo espagueti volador- me burlé yo.
-¿De verdad te interesa?-Erica bajó la cabeza y me miró por encima de las gafas.
-Oye… no quiero meterme en tu vida pero… llevo dándote por muerta unos cuantos años, y quisiera saber como lo conseguiste… nada más-
-La historia es la de tantos que consiguieron huir- dijo tras un suspiro. -Apuñalé a mi jefe, y me fui con su nave- resumió en voz baja. Me quedé atónito imaginando a mi hermana en esa tesitura. Supongo que mi cara reflejaba mi estupefacción, puesto que Erica dio un par de risibles respingos y comenzó de nuevo su historia.


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