La hermana pequeña V

Esta entrada es normal aún a pesar de las fechas por mi costumbre de no cortar escenas. Una de las más intensas de este relato. Espero que os guste.

Poco después de hablar con Jakobsson decidí ir al garaje, fue una corazonada, aunque bien pensado, fue un paso lógico, si estaba pasando algo Köhler sería de los primeros en desaparecer. En cualquier caso fue una corazonada entonces. García estaba cargando paquetes como un loco en la nave personal de Köhler.
-¿Qué haces?- inquirí con el tono lo más casual del que fui capaz.
-¿A ti qué te parece?- respondió bruscamente. -Puedes apuntarte si quieres-
-¿Köhler se marcha?- dije ignorando su comentario.
-¡Joder si se marcha! Al viejo le ha dado por querer visitar sus fábricas- respondió sin dejar de trabajar. -Con todo lo que se lleva parece que se mude- añadió cogiendo otro pesado paquete. Me quedé paralizada durante un instante, antes de salir disparada hacia la cocina. Una vez allí cogí un carrito de madera con una merienda, panecillos y algo de embutidos. Y me volví a marchar, ante la atónita mirada de las chicas de cocina, y la alarmada certeza de Fiona, una mujer mucho más perspicaz de lo que ella misma quería dar a entender.
-Buenas tardes señor- dije entrando con el carro. Köhler se sobresaltó enormemente hasta que me reconoció -Aquí está el refrigerio que ha ordenado- dije cerrando la puerta tras de mí.
-No he pedido nada- aclaró tras recobrar el aliento.
-Lo sé- dije todavía de espaldas. -Pero una mera empleada no puede presentarse en el despacho de su superior sin ser llamada- expliqué dándome la vuelta. -O sin una excusa conveniente- añadí  señalando con un amplio gesto de mi mano el carrito que llevaba. -Lo cierto es… que quería… hablar con usted- avancé por la sala hasta estar frente a su mesa. En mi voz, el más avergonzado de los recatos.
-¿Qué quieres?- preguntó sin moverse de frente al enorme ventanal tras su escritorio.
-Quería hablar con usted- di un tímido paso hacia él. -Sobre esta mañana-
-¿Los presupuestos? Ahora mismo no quiero hablar de eso tengo o…-
-No…- lo interrumpí yo mirándole a los ojos. -No tiene que ver con eso- proseguí tras bajar la cabeza.
-¿Entonces?- preguntó con impaciencia, esperé un segundo, que fue el tiempo que tardó en darse cuenta de por dónde iban los tiros y dar un respingo por la impresión.
-Bueno señor, usted sabe que llevo mucho tiempo a su servicio, y ha sido usted muy Generoso conmigo- empecé yo mi discurso de espaldas a él, mientras abría los panecillos con un cuchillo innecesariamente punzante y afilado, deliberadamente escogido para la ocasión. -Estar a su servicio como su contable, como su, si me lo permite, mujer de confianza, me ha permitido entender mejor la clase de presiones a las que un hombre como usted está sometido- Köhler dio un bufido, como si lo que acababa de decir no tuviera ningún sentido. -Todas las hienas esperando a su alrededor para herirle… no sé cómo lo soporta- rectifiqué volviendo a terreno seguro. -Es usted muy fuerte- me di la vuelta con la vista fija en el suelo. En ese momento aproveché para dejar el cuchillo sujeto al elástico de mi falda, a mi espalda, con el mango sobresaliendo oculto bajo la camisa.
-¿A dónde quieres llegar?- Köhler estaba inseguro, aquel día había sido sin duda demasiado intenso para él, como atestiguaba el vaso con licor de Malta que reposaba imperturbable sobre la mesa junto a su botella. Pese a sus gustos en mobiliario y apariencia en general, Köhler siempre había sido bastante rústico en cuanto a lo que a la comida y la bebida se refiere.
-Esta mañana dijo que confiaba en mí… y casi me pareció que iba a decir algo más-
-Bueno… yo- Köhler dio un trago. -Fuiste tú quien me interrumpió- se escabulló con un ligero rastro de rencor.
-Me asustaba lo que pudiera decir, siempre me ha asustado… sé que es imposible… quiero decir… sé que- titubeé llena de fingida vergüenza.
-Érica…- noté que estaba atónito y que bajaba la guardia.
-¡¿Por qué me has dejado de lado?!- estallé finalmente derrumbándome sobre un sillón, el cuchillo rasgó la parte baja de mi espalda, lo que me ayudó a derramar algunas verdaderas lágrimas. -¿Por qué las cosas no pueden ser como antes?- sollocé abundantemente. Köhler dio un paso hacia mí y me hubiera acariciado la mejilla de haber sido capaz de reunir el valor suficiente.
-Vamos Érica, siempre serás especial para mí…- casi parecía más asustado que conmovido.
-¡No quiero ser especial!- dije en tono de pataleta infantil. -No quiero ser una más… ni la más especial… lo que quiero es…yo…me gustaría- titubeé tanto y de manera tan insegura que pude ver como a Köhler se le hacía la boca agua. -Te quiero- dejé ir finalmente en un suspiro, antes de enterrar la cara entre mis manos, principalmente porque temía que mi expresión me traicionara.
-Érica… no tenía ni idea- fue cuanto tuvo el aplomo de responder. -Yo…-se dio la vuelta hacia la ventana. -Siempre he correspondido esos sentimientos- casi reí, sabiendo que aquello era lo más romántico que era capaz de decir.
-Pero, ibas a abandonarme- pude ver el “ups” en la contracción de sus miembros.
-¿De dónde sacas eso?- preguntó dándose media vuelta, pero mirando a la librería que había a mis espaldas.
-He visto a García preparar la nave- respondí en tono derrotista. -Piensas irte y dejarme aquí- le tomé la mano y se la cogí con fuerza, Köhler empezó a sudar mientras le miraba a los ojos. -Si me van a abandonar- seguí hablando con la cabeza gacha. -Querría saber por qué- fue un movimiento arriesgado, valorándolo ahora, pero entonces me pareció lo apropiado. Quizás era una pregunta sincera, merecía un billete en su nave después de todo.
-Érica… lo has entendido mal- dijo buscando tiempo para encontrar una excusa. -Por supuesto que te llevaré conmigo- prosiguió mientras seguía buscando una excusa a toda prisa. -Esa era mi intención desde el principio- mintió finalmente.
-¡¿De verdad?!- dije poniéndome en pie de un salto con gesto de ilusión.
-Por supuesto… siempre habrá un sitio para ti a mi lado- dijo en un tono que sonaba más a ofrecimiento laboral que a declaración romántica.
-¡Oh Köhler!- exclamé por fin lanzándome a sus brazos. En aquel momento, casi sin darme cuenta yo misma, tomé el cuchillo que tenía a mi espalda mientras seguía aferrada a él con la otra mano y se lo clavé con todas mis fuerzas por la espalda, en el lado izquierdo, algo por encima de los riñones. Contuve el aliento un segundo mientras apretaba el cuchillo con todas mis fuerzas. Si recordaba algo de las clases de naturales en secundaria, aquella era una buena puñalada.
-Créeme que lo siento, pero ni siquiera a donde vas iría contigo- le susurré al oído mientras él exhalaba pútridamente. Dio un par de pasos hacia atrás y se desplomó sin atinar a caer sobre uno de los sillones
-¿Por qué?- preguntó tendido en el suelo.
-¡¿De verdad?!- respondí exaltada. -¡¿Esas van a ser tus últimas palabras después de todo lo que nos has hecho pasar?!-
-Me has…-
-Dicen que es en los momentos auténticamente difíciles dónde la verdadera naturaleza de las personas sale a la luz. Tú ibas a abandonarnos a todos para llevarte tus tesoros, yo no podía permitírtelo- dije con determinación mientras caminaba hacia la mesa. -No sé cómo puedes beber esto- continué mientras lanzaba sobre mi hombro el contenido del vaso, que cayó contra la alfombra y derramando la botella sobre el carísimo escritorio de ébano. -Esto- seguí hablando sin mirarle. -Esto sí es bueno- cogí una botella de vino del que Köhler ofrecía únicamente a sus más distinguidos visitantes, serví una copa y me la tomé de un trago. -¿Quieres un poco? No creo que ya tenga mucho sentido guardarlo- le ofrecí sumergida en un trance.
-Yo…- un par de lágrimas cayeron por sus mejillas. -Confiaba en ti…Érica- gimió de dolor un instante. -Yo… tú…- mirándolo retrospectivamente estoy casi convencida de que estaba a punto de declararse, y aquel hubiera sido quizás el único acto de valentía, el único acto no enteramente egocéntrico de toda su existencia.
-Vamos, vamos… Todo eso ya no importa- llené otra copa de vino y me arrodillé junto a él, poniendo su cabeza en mi regazo y acercándole la copa. -Bebe- me limité a decir. Köhler obedeció y me miró con una sonrisa leve y superficial
-¿Hubieras?…- se esforzó obstinadamente Köhler en hablar. Le miré a los ojos y el hombre pareció hallar la respuesta antes de acabar la frase. Con considerable esfuerzo se puso de costado y enterró su cabeza en mi vientre. Estoy segura de que lloró, aunque jamás llegué a entender exactamente porqué, en su vida había muchas cosas que merecían un par de lágrimas póstumas, cristalizadas sobre la marmólea piel de un difunto.


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