Otra práctica, esta vez más larga, para la escuela de escritura. Había que intercalar escenas y resúmenes en una proporción 3-2 a elegir. Las personas que lo han leído hasta ahora lo han encontrado agradable de leer de modo que estoy contento. Espero que os divierta.
Escena y resumen
Me encantaba jugar a béisbol en el descampado que había cerca de mi casa, los demás chicos del barrio y yo pasábamos tardes enteras corriendo alrededor de cuatro cojines viejos que la señora Delami nos prestaba. Era un lanzador horrendo, pero bateaba decentemente. Tardes de verano, tardes de primavera y también de otoño en un pequeño pueblo en mitad de ninguna parte.
Pero si hay algo que hecho de menos de aquellos años, es la tarta de manzana que me preparaba mi madre. Sobre todo en otoño, cuando los manzanos de nuestro vecino daban fruto. Nada importaban los arañazos y las magulladuras si al llegar a casa me recibía el olor de una de las tartas de mamá
Aquella en cambio, sabía a cartón. Aún no he conseguido encontrar una sola comida decente en un aeropuerto. En todos los que he estado esas horas muertas antes del despegue la comida tiene menos sabor que las bandejas de plástico en la que uno la lleva. Minuto tras minuto en aquella cafetería, sumergido entre millares de personas en el estruendo de la modernidad, el circo del siglo veintiuno. Mi teléfono móvil decidió unirse al ruido ambiental.
-Al habla Delaware- respondí.
-¿Aún no está en el avión?-
-Ha habido un retraso, turbulencias- expliqué yo.
-¿Hace falta que le explique lo importante que es esta reunión?-
-No señor- en realidad no era importante en absoluto.
-Espero que haga un buen trabajo-
-Sí señor-
-Y no llegue tarde Delaware- se cortó la comunicación.
-¡Jefes…!- exclamó un hombre trajeado frente a mí.
-Es culpa mía por no llevar mis alas de cera conmigo-
-No se queje, yo estoy a veinte minutos de secuestrar un avión para que no me despidan- sonrió él
-Cómo si no pudieran hacer estas cosas por videoconferencia-
-¿Y dónde quedaría el placer del contacto humano?- respondió con tono sarcástico y ambos sonreímos. Vi desde mi asiento que frente a mi puerta de embarque se empezaba a formar una cola que indicaba que, por fin, la cosa marchaba.
Ya en el avión pude pasar media hora más trabajando en mi ordenador antes de que el comandante anunciara el despegue. A mi lado una mujer joven se había tumbado sobre el asiento reclinado y parecía dormir una siesta. La despertó la azafata para el despegue y no pareció agradecerlo demasiado. Se quedó mirando hacia el pasillo con al cabeza apoyada en el asiento mientras despegábamos.
-¿Qué haces?- me preguntó finalmente. No le respondí. -Hola- insistió en el acto
-Preparar una reunión- respondí sin mirarle
-Te noto muy estresado-
-Perdone pero tengo que terminar esto-
-Relájate. Tienes ventanilla, disfruta de las nubes o llegarás al cielo antes de hora-
-Oiga, tengo que…-
-Escucha, tienes que respirar- susurró lanzándome una mirada esmeralda que se clavó en el fondo de mí. Con gesto delicado y firme alargó el brazo y me aflojó la corbata. –Creo que te lo has ganado- concluyó tumbándose de lado sobre el asiento aún reclinado. Con sus largas piernas ligeramente flexionadas, como si acabara de despertarse a mi lado en su propia casa. Unas. Tan natural como si aquel no estuviera destinado a ser otro día gris en mi vida. Me quedé embelesado por un instante, debatiéndome entre la sorpresa y la absurda simpatía que me despertaba.
-¿No es mejor así?- preguntó finalmente.
-Yo…- ¡Claro que era mejor! Pero tenía que ocuparme de la reunión, la proyección de beneficios, la…la…la maravillosa espiral dorada que le caía con gracia sobre la frente ¡Tenía que trabajar!
-¿Si le invito a una copa me dejará en paz?-
-No, pero habremos avanzado algo- sentenció ella satisfecha. -¡Dos whiskies con hielo!- bramó como si el avión fuera un antro en el Lower East-Side.
-Frank Delaware y usted es la señorita…- dije desabrochándome el primer botón de la camisa.
-Martha Thornberry- sonrió ella. -¿Y a qué te dedicas Frank?-
-A dar vueltas por el país como una peonza para que otros se hagan ricos.
-El amo del cotarro- sonrió ella. –En mi opinión la libertad es lo que le da sentido a la existencia. ¿De qué sirve tener más dinero si no puedes gastártelo?- El vuelo siguió su curso y Thornberry divagó durante gran parte del mismo sobre sus ideas, no suelen gustarme los idealistas, pero Martha tenía una voz agradable.
Los siguientes meses pasaron de la misma odiosa manera anodina de la que habían pasado los anteriores. La reunión fue todo lo bien que puede ir una reunión sin gráficos de pastel, que no es mucho, pero con una mitad de póquer y otra de cartas claras sobre la mesa conseguí salir airoso sin hacer demasiadas concesiones. A mi supervisor no le pareció lo mismo. Rellené informes, presenté mi cuenta de gastos, Fui a otras reuniones y rellené más informes. La empresa seguía adelante, yo seguía adelante, pero había algo que había cambiado. Era como si mientras había estado fuera hubieran pintado las paredes de un color más gris. No, nada había cambiado, nadie había cambiado, sólo yo. Había vuelto a la caverna tras ver el sol. Un sol brillante y rizado a tres mil metros de altura. Comencé a oír rumores, que estaba quemado decían, quizás tuvieran razón. Personalmente lo único que noté es que me sorprendía a mí mismo recordando pequeños detalles cada vez con más frecuencia. Martha Thornberry ¿Por qué? Hay otras mujeres rubias, hay otras mujeres con ojos verdes, las hay de todas las malditas formas y colores aquí en Nueva York ¿Tendrás razón al decir que el dinero es sólo es útil si te hace libre?
-¿Me ha hecho llamar señor Levinsky?- dije tras entrar en el despacho de mi supervisor
-Siéntese Frank- ordeno de manera concisa. –Frank, Frank, Frank ¿puedo llamarle Frank?- me había hecho llamar un viernes a última hora, eso siempre era mala señal.
-Claro señor- con tal de que me deje tranquilo puede llamarme Susan.
-Llevamos ya bastante tiempo en el mismo barco ¿Verdad Frank?
-Seis años señor- seis años en la galera al ritmo de tus tambores.
-Exactamente, seis hermosos años remando juntos por la empresa- Levinsky rió con sorna, no le seguí la corriente. –Estoy preocupado Frank- dijo aquel hombre mirando por la ventana. –Últimamente no has estado en tu mejor forma Frank, dicen que está… atravesando problemas Frank-
-Estoy bien señor Levinsky-
-Si le sucede algo debe contármelo para que podamos solucionarlo-
-Ya le he dicho que no me ocurre nada…señor-
-Entonces ¿cómo explica su comportamiento?- se lanzó al ataque cayendo sentado sobre su silla. –He estado recibiendo quejas sobre usted sin cesar en los últimos tiempos-
-¿He cometido errores?-
-No Frank lo que ocurre…-
-¿Me he retrasado en algo? ¡¿Llego tarde a trabajar?!
-¡Señor Delaware!- gritó finalmente mi supervisor. Ambos quedamos en silencio.
-Lamento mi exabrupto señor Levinsky- dije agachando la cabeza. El tipo sonrió condescendencia. –No volverá a suceder- me di media vuelta y me marché del despacho de mi prácticamente ex-supervisor. Bajé a recursos humanos a pedir que me dieran los días de vacaciones que tenía acumulados y presenté mi dimisión. Me devolvieron mi alma aún oliendo a naftalina y salí de aquel lugar.
Por lo demás, sigo ansiosa por seguir leyendo.
Un saludo y hasta la próxima.