Otra práctica para el Ateneu, esta vez sobre narradores. El objetivo era contar la misma historia usando dos narradores distintos (En mi caso escogí un narrador testigo y una primera persona). En mi opinión el segundo está mejor que el primero. Feliz inicio de semana a todos y espero que os guste.
Ejercicio sobre narradores
En una tienda de animales te pasas la vida atendiendo a gente que no sabe lo que quiere, que tiene ideas difusas sobre como cuidar algún pez tropical o algún bicho de sangre fría. Esos son los mejores, les explican, se quedan con lo que quieren, y se van. No estaba con uno de esos. Tenía delante a un sabiondo, uno que se cree que sabe más que nadie, más que tú, y que no entienden porque se le mueren los peces. Se hacen odiar ellos solos. Estábamos discutiendo sobre el PH del agua e insistía en un valor ridículamente ácido que no sé dónde creía haber leído. Tras enseñarle dos libros y el indicador de PH del acuario en el que los teníamos se largó llamándome inútil. De vuelta a Facebook.
Generalmente llevo una tienda de peces y animales exóticos, lagartos, alguna serpiente, y docenas de peces variados. Soy el encargado, y aunque no gano mucho, es mejor que mi último trabajo como repartidor de pizza. Eso sin contar que hay menos atracos. Digo generalmente porque ayer llegaron unos cuantos cachorros que el jefe había encargado. Se los habían dejado bien de precio y pensó que serían más agradables que las serpientes. Se equivocaba. Una serpiente come cada semana como máximo, aquellos bichos peludos lo hacían todos los días.’Además, nadie se para, ni entra en una tienda a mirar serpientes si no las va a comprar… los cachorritos son un mundo a parte.
Días después me fijé en uno de los mirones, un ejecutivo de Wall Street. Le gustaban los labradores, al principio pensé que eran para sus hijitos maravillosamente educados en una casita de las afueras. Luego vi su camisa. Ningún hombre casado lleva el cuello mal planchado. Igual era una impresión mía, pero hubiera jurado que hablaba con el perro.
Lo que no me extrañó es que los cachorros funcionaran bien, la mayoría se vendió en la primera semana, y mi jefe decidió ampliar un poco. Así que ahora teníamos el doble de ladridos caninos, el doble de “Mami yo quiero uno” y el doble de culos perrunos que limpiar.
Lo raro es que el tipo de Wall Street no miraba los perros en general, sólo un labrador que no se había vendido y que íbamos a devolver cualquier día al criador. Se lo conté a mi jefe, y decidió tenerlo una semana más antes de devolverlo.
Estaba por decirle algo, por insinuarle que aquello no era un zoo, un psicólogo, o lo que quiera que creyera que era cuando, un jueves a media mañana, tras su habitual cháchara de zumbado entró en la tienda con una sonrisa estúpida.
-¿El labrador grande del escaparate? -Saludé yo.
-Sí ¿cómo lo sabe?
-Lleva dos semanas parándose a mirarlo cada día -expliqué-. ¿Para los niños?
-¿Eh? Sí, sí, les encantará.
-Hacen mucha compañía, son perros cariñosos -Y son más baratos que las putas pensé mientras me acercaba a la vitrina de exposición- ¿Se ha hundido algún competidor?
-No que yo sepa.
Al perrillo parecía caerle bien aquel fantoche. Y luego hablan de la inteligencia de los perros. Le cobré, se marchó y no volví a verle nunca más.
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Kilómetros de asfalto desgarrando el desierto virgen se extienden inabarcables, arrancando gemidos a los neumáticos. Un hombre, luego dos hasta siete en procesión cabalgan las llanuras camino a la eternidad. Aquella era vida de hombres, vida salvaje y corta. Vida intensa, vida auténtica, vida sobre mil quinientos centímetros cúbicos de indomable virilidad.
-Y si no traficas ¿se puede saber cómo pagas la gasolina?- dije apagando la televisión. Miré el reloj que colgaba de la pared de mi comedor, menos cuarto. No me sobraba tiempo pero tampoco tendría que correr. Tomé mi abrigo y me lancé contra el frío noviembre de las calles de la gran ciudad.
Vamos retrasados con la proyección de beneficios, los cálculos de Rick son un poco conservadores, tengo que decirle que hinche esos números, no vamos a ser los únicos que no mienten. Necesito unos zapatos nuevos. Unos zapatos nuevos y que el condenado de Stephan envíe ya el informe sobre proveedores ¿Cómo espera que podamos calcular los márgenes si tarda tanto en hacer la única cosa que se le a pedido? Una cosa, y aún estoy esperando. Ojala que a Susan le apetezca que comamos juntos. Susan… ¿Dónde venden café por aquí? No, no, no. Recuerda al médico Alec “Cómo siga tomando tanto café se le formará una úlcera señor Desmond”
-¡Guau! -ladró alguien.
¡Exacto! “Guau” Porque en esta vida si uno no va ladrando y mordiendo nadie le toma en serio, ya verá Stephan cuando… ¿Guau? Miré a mi derecha y allí estaba, en el escaparate de una tienda de animales, un cachorro de labrador algo menos pequeño que sus compañeros, un perrito adorable y con aspecto travieso.
-¿Qué haces ahí? -el perro ladeo la cabeza y volvió a ladrar como si hubiera entendido la pregunta-. ¿Atrapado ahí dentro porque nadie te ha querido? -un nuevo ladrido-. Tampoco te creas que la vida mejora demasiado aquí fuera -Le expliqué mirando mi reloj- ¡Llego tarde! Nos vemos chucho. -Me despedí yo. Por el rabillo del ojo pude verle apoyar las patitas contra el cristal.
Y así día tras día, aquel perro se hacía mayor y más grande y la jaula de cristal se le iba quedando más y más pequeña. Yo llevaba meses presentándome clandestinamente a entrevistas de empleo en otras compañías, sin suerte. Smith & Woodson no tenía precisamente una gran fama, de modo que todo se tornaba cuesta arriba.
Las palabras de mi amigo fueron “Si firmas antes de que alguien pregunte de dónde vienes te contrato” y no lo dudé ni por un momento. Una empresa diseñadora y fabricante de máquinas industriales, era genial. Iba seguir haciendo números claro está, pero el sueldo, el seguro médico y hasta mi oficina iban a ser mayores y más interesantes.
Me despedí de la empresa como Kate se había despedido de m dos años antes: “Eres un hombre maravilloso, pero siento que nuestro tiempo pasó, necesito expandir mis horizontes, vivir nuevas experiencias. Nunca te olvidaré.” Por desgracia la parte de la amistad y seguir en contacto no se traducía bien, pero viendo a mi jefe rabiando por el pitorreo con el que me marchaba me di por satisfecho.
De vuelta a mi casa volví a pasar, como todos los días, por delante de aquella tienda de animales. Iba pensando en maletas, en billetes de avión y en camiones de mudanzas y en a quien me alegraba de no tener que volver a ver nunca más cuando un sonido familiar me interrumpió.
-Guau- me ladró el perrillo, ya algo ridículo en la pequeña urna de cristal.
-Hombre, hola ¿Aún sigues por aquí Chucho McPerro? -Un ladrido-. Pues creo que empiezas a estar mayorcito para seguir entre cristales y papeles de diario ¿no? -otro ladrido y las patitas de aquel pequeño labrador apoyadas en el cristal. Era un bicho bastante mono después de todo.