Práctica de escritura (Saltos temporales)

Y por fin aunque, como saben mis compañeros del curso de escritura, con algo de retraso, la práctica sobre saltos temporales. Tenía que haber un flasback un flasback/flashforward y una omisión de tiempo. A decir verdad esto de los saltos temporales o es lo mío, pero espero que no sufráis demasiado. Un saludo a todos.

Ejercicio sobre saltos temporales

Me esperabas en la sala de al lado, pero no entré. Decidí hacerte esperar un poco más, asegurarme de que estaríamos solos, pensar que iba a decirte, preguntarme cómo había llegado hasta allí aquel juguete de cuerda, o quizás simplemente dejar pasar el tiempo.
-¿No te importará que me fume uno?- dije entrando con un cigarrillo en la boca. Estabas preciosa, cualquiera hubiera pensado que era un hombre afortunado sólo por haber podido tocarte. Con tu media melena rubia enmarcándote la cara parecías un ángel, y cuando clavabas el báltico de tus ojos en algún desgraciado, un demonio. Me gustaba tu sonrisa, y aunque entonces no las viera, tus caderas.
-Aquí no se puede fumar- dijo un empleado de la funeraria a mi espalda.
-Pero ella odia que fume-
-Son las normas señor- dijo el chico servicialmente. -Estoy seguro de que usted lo entenderá- añadió con cierto rintintín.
-Claro, claro- dije apagando el cigarrillo. -Déjame tranquilo- añadí dándole la espalda.
-Le acompaño en el sentimiento- dijo saliendo de la sala.
-No sabes cuánto lo dudo-dije para mí guardando la colilla con el resto, en una caja de ébano ribeteada de plata que llevaba en el bolsillo. Víctima del rompecorazones nada menos. Méndez y Fortín iban a adorarme como “familia de la víctima”
-En la morgue dijeron que te arrancó el corazón aún en vida- suspiré para mis adentros. -Sólo por encontrarlo le hubiera dado una medalla-

La sala del juzgado era pequeña y la jueza tenía la clase de expresión que se te queda después de veinte años aparcado en un desguace. Estaba claro que le encantaste, una sola caricia tuya la hubiera vuelto lesbiana, así que supongo que por una mirada me hubiera hecho pagar la manutención de nuestra hija imaginaria.
¡Me acusaste de malos tratos! En toda mi vida no había conseguido pegar ni los sellos. Me eché a reír. A la jueza no le gustó. Me toco pasarme quince minutos oyéndote hablar entre sollozos. Hacia el final me reía a cada momento de pura impotencia. Tú sabías que tus mentiras podían costarme mi trabajo, pero querías la casa. Luego te retractarías de todo claro está. No ibas a enfangarte en un proceso penal, no era tu estilo.
Salí de aquella sala con una orden de alejamiento y me tocó bajarme los pantalones y soportar tu sonrisa de superioridad y la mirada de condescendencia con la que aceptaste no pedir una pensión aún cuando fuera por no tener que ir a juicio sin pruebas.
Quise matarte. Quise violarte día y noche hasta borrar la jodida compasión de tu cara de… súcubo ricitos de oro. En noches más oscuras hasta quise oírte decir “te quiero”.

Y allí estaba yo, aún técnicamente casado contigo, con mis propiedades intactas y una coartada tan sólida como los treinta policías con los que estuve bebiendo la noche que te asesinaron. Todo seguía su curso como si nada, y viéndote allí tumbada a punto de ser incinerada algo en mi interior quería sonreír. Algo quería darte un beso en la frente.
-Tengo que irme ya- dije en voz alta. -Te dejo esto- sentencié poniendo la caja de ébano dentro del ataúd. -Para que me recuerdes-

Cuando salí el día estaba en su cenit, el sol apretaba fuerte y no tenía ni la más remota idea de qué iba a hacer con el resto del mi día libre. Almorcé en una cafetería cercana. Huevos con beicon y café. Había una viuda llorando ruidosamente dos mesas más allá y un tipo tratando de consolarla por todos los medios. Supongo que era un bonito día para los carroñeros.

Abrí la puerta del bar y la habitual clientela nocturna me miró un segundo antes de volver a sus copas. Pedí… conociéndome probablemente ginebra, y me entregué a la silenciosa ocupación de observar el alcohol evaporarse.
Marc dice que son las doce. No podría haber jurado qué había estado haciendo las últimas dos horas, aunque los siete u ocho vasos de cristal que tenía delante de mí no dejaban demasiado a la imaginación. Mirándola de cerca, la barra del bar parecía mucho más cómoda de lo que uno hubiera pensado. Quizás si descanso la vista un segundo el mundo deje de dar vueltas tan deprisa.

Estás hablando. Mueves los labios así que tienes que estar hablando. ¿Qué me dices? La verdad es que nunca llegué a saberlo. Tenías los ojos clavados en mí y eso era lo único importante. Parecía haber un mar atrapado dentro. Un mar tropical con sus brillos de plata bailando en la cresta de las olas ¿Cómo demonios lo hacías? Veía moverse tus labios pero yo sólo oía el rumor del mar, luego sonreíste, cogiste algo de mi mesa y te alejaste moviéndote con una cadencia hubiera sido la envidia de cualquier metrónomo.

-¡¿Quieres dejarme en paz?!- grité hacia el cielo de vuelta en el bar. Nadie se inmutó.
-¿Un mal sueño?- dijo un tipo a mi lado.
-Un mal recuerdo- respondí yo pidiendo otra última copa.

Imaginándote descansando eternamente entre las colillas acumuladas de una semana me entraban ganas de… de… a juzgar por lo que siguió, de vomitar en medio del pasillo y desmayarme en el sofá.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *