Resurrección VI

Verdaderamente, la entrega con más suspense de esta pequeña saga. Se la dedico a «mi» rosa, sin más motivo que que ella lo merece. Espero que disfrutéis de esta entrega. (2 páginas)

Aguantamos heroicamente todo el tiempo que pudimos, causando tanto daño como fuimos capaces en las fuerzas enemigas antes de que tuviéramos que salir corriendo de allí los escasos siete soldados que conseguimos resistir. Todo el asunto llevó alrededor de un minuto y medio. Por fortuna tardaron unos segundos en darse cuenta de que nos batíamos en retirada, lo que nos dio unos metros de ventaja y nos permitió guarecernos tras una esquina antes de que iniciaran su ataque. De los que éramos, cuatro tomaron la noble, valiente, desesperada, y a mi juicio algo estúpida decisión de quedarse defendiendo una de las esquinas para cogerles por sorpresa mientras los otros tres seguíamos corriendo hacia el centro de control. Huelga decir que si bien los escasos segundos que aguantaron fueron valiosos para nuestra huída, no creo que compensara el perder sus vidas. Guardé ese pensamiento para mí mismo mientras les daba las gracias interiormente por los susodichos segundos y recordaba las palabras del sargento sobre discutir con quien no quiere vivir. Seguimos corriendo con nuestros enemigos pisándonos los talones, aún a día de hoy no tengo demasiado claro si nos estaban persiguiendo o simplemente usando de guía para llegar a la sala de control. En cualquier caso, por entonces no había ninguna diferencia entre ambas cosas. Con sus pasos retronando en mi cabeza y a mis espaldas llegamos al corredor al final del cual se encontraba la sala de mando. Cuando nos encontrábamos a escasos cincuenta metros de nuestro destino, Evans, que corría delante de mí, se tiró al suelo, cogiéndome de improviso por el tobillo al pasar a su lado y tirándome a mí también. Aterricé con toda la dignidad y compostura inherente a las circunstancias, lo que equivale a decir que me estrellé contra el suelo con gran estrépito y miré a Evans con odio, quien me hizo un gesto para que estuviera quieto. Una serie de rápidas ráfagas de disparos, cada uno del tamaño de mi puño, cruzaron sobre nosotros, dejando de nuestros perseguidores poco más que cráteres humeantes. No sé que se ocurrió con el tercero de nosotros. Lo cierto es que ni había pensado en él desde que salimos todos corriendo. Avanzamos agachados los pocos metros que nos quedaban y nos metimos dentro de la sala de mando. Para mi sorpresa allí sólo había tres personas. Dos soldados armados con ametralladoras de mano pesadas y Ekaterina, sentada sobre una torreta de repetición ligera que aún a pesar de lo engañoso de su nombre era la responsable de los gigantescos disparos que nos habían salvado. Todas aquellas armas estaban conectadas a la red eléctrica.
-Me alegro de veros chicos, os presento a los Deltas 1 y 3- saludó Ekaterina.
-Todo personal de confianza ¿eh?- repuso Evans aún resoplando por la carrera.
-No iba a dejar a un potencial traidor manejar armamento pesado-
-¿Por qué nosotros no estábamos aquí desde el principio?- pregunté algo confundido.
-Tú necesitas experiencia, y Evans suministra informes de situación fiables-
-¿Y nos hemos ido replegando sólo por eso?- inquirió Evans con su habitual suspicacia.
-Bueno… Si voy a morir, prefiero que sea junto a algún amigo- respondió mirándome.
-¿Podemos dejar la cháchara para luego?- dijo uno de los soldados. Ambos afirmamos con la cabeza y, siguiendo órdenes de Ekaterina, conectamos nuestros fusiles a dos de las tomas de la torreta, lo que equivalía a munición ilimitada, y a no podernos separar más de veinte metros de la torreta, pero dado que la sala tenía poco más de diez metros de lado aquello no era problema.
-Hablando de todo un poco ¿cómo te has hecho con este material?- Pregunté a Ekaterina refiriéndome tanto a la torreta como a las ametralladoras pesadas.
-Es un préstamo de un amigo, llegó con el último envío de suministros, oficialmente sigue en algún depósito dejado de la mano de Dios en la tierra, nadie la iba a necesitar, así que me la quedé… provisionalmente- Me explicó Ekaterina sonriendo con malicia.
-Eso es…-
-Es una de esas cosas que podrán usar cuando quieran quitarme de en medio, que están prohibidas, que saben, pero que no les importa lo más mínimo. Tienen algo contra ti, tú tienes un equipo que te puede ser útil, y mientras no te lo quedes a perpetuidad miran para otro lado y todos felices- Ekaterina me guiñó un ojo. Iba a contestarle pero en ese momento se inició la contienda.
Los disparos enemigos se dirigían sin demasiado tino contra nosotros, mientras los potentes fogonazos de la torreta impedían al enemigo acercarse más allá del inicio del corredor. No hubo demasiadas bajas, el enemigo se mantenía a una distancia prudencial, poniendo a prueba nuestro temple y nuestro aplomo, o más bien el de Ekaterina, que era quien manejaba la torreta cuyos disparos les impedían un ataque frontal. El enemigo abría fuego contra nosotros sin hacer blanco, sin que los disparos llegaran siquiera a entrar en la sala de mando, no tardaron en comprender que frente a ellos tenían a una veterana enteramente capaz de adelantarse a sus movimientos. Fue entonces cuando los fusiles hicieron silencio y todo quedó suspendido en el aire.
Llevábamos así varios minutos cuando varias granadas de humo, lanzadas sin duda desde lanzadores, aparecieron en el pasillo rebotando por las paredes y llenándolo todo con su espesa niebla negra.
Acribillamos el humo con nuestros disparos pensando que tratarían de avanzar cubiertos por su oscuridad, pero nos equivocábamos, de entre las entrañas de la densa nube de humo brotaron dos cilindros metálicos que impactaron contra el fondo de la sala para terminar quedando a pocos centímetros de nosotros. Apenas tuvimos tiempo de dar un par de pasos antes de la detonación.

(Sigue aquí…)


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *