Última parte de este capítulo de las aventuras de Héctor. Es un poco más crudo que el final original, pero creo que el resultado también es algo mejor. Con algo de suerte será el definitivo. Espero que os guste. (2 páginas)
La siguiente escena me resultó mucho más conocida de lo que me era cómodo. El cabello ondulado, tremendamente oscuro sobre la alba piel pese a se castaño, los labios más rosados que rojizos, siempre sin pintar, y sobre todo sus ojos. Aquellos ojos de un marrón que quise creer era el marrón de los míos. Lo cierto es que los míos son más oscuros, quizás entonces sí eran del mismo color madera, quizás al marcharse ella me quedé con el marrón de los dos. Nunca he tenido el valor suficiente para comprobarlo. Prefiero pensar que en algún momento nuestras miradas fueron una, aún cuando mis ojos, algo ensombrecidos por estar ligeramente hundidos bajo mi frente, son escrutadoras herramientas de análisis y los suyos fueron siempre cuencas de serenidad algo más acuosa y templada. Su mirada espera, abraza y comprende, la mía busca, indaga y entiende. Aún con todo me gusta mantener ese pequeño engaño, un engaño solitario y por tanto inocente, un engaño feliz e infantil.
Ariadna estaba sentada al otro lado de una mesa contemplando su refresco sin saber qué decir, y lo mismo le sucedía a mi yo pasado. La extrañeza de verme en tercera persona en un momento del pasado que tan claramente recordaba quedó muy pronto diluida en mi creciente ira, mi abrumadora nostalgia, mi sobrecogedora indignación.
-¿Qué significa esto?- escupí mirando a los entonces algo burlones ojos del viejo.
-¿Recuerdas este día?- preguntó en tono sereno. –Recuerdas algo extraño que pasó- puntualizó después.
-¡Recuerdo cada segundo a su lado viejo del demonio!- grité indignado y furioso.
-Entonces recordarás esto- dijo mostrándome un papel con uno de los escasos poemas de Garrick Standford escrito en una meticulosa letra ligada.
-¿Qué intentas…?- el druida sopló y el papel fue a dar sobre la mesa, entre Ariadna y el yo pasado, encarado hacia éste último.
-¿Qué se supone que significa eso?- pregunté. -¡¿Qué demonios significa?!- grité entendiendo muy bien lo que significaba, lo que pretendía significar todo aquello.
-¿Crees que los textos de autores desconocidos fuera de los círculos eruditos vuelan por ahí a puñados para que terminen aterrizando sobre la mesa en la que estás sentado en el momento oportuno?- se burló Ílidan mientras aquellos hechos pasados seguían ocurriendo ante nosotros.
-Esto no tiene gracia, ¡Me oyes maldito viejo! Ni la más remota ¡Esto es imposible! ¡Estás loco! No, yo estoy loco ¡Tú ni siquiera existes!- bramé con todas mis fuerzas.
-¿Me crees pues?- el temple de aquel hombre parecía a inquebrantable.
-¡No me creo nada! Me estoy muriendo y alucino, eso es todo- estaba cada vez más nervioso, alterado y violento.
-¿Qué otra explicación se te ocurre?- preguntó casi en un susurro.
-No lo sé ¡y no me importa! En unos segundos estaré muerto y todo habrá acabado- sentencié yo antes de quedar ambos en absoluto silencio. Pasaron los vaticinados segundos, luego llegaron los minutos, hasta que mi pretérita reunión con Ariadna llegó a su fin por segunda vez y todo se quedó vacío. La ira se calmó y dejó paso al abatimiento primero y a la tristeza después, como una cristalización, o la eclosión de un huevo. En mi cabeza las explicaciones razonables para aquel momento de mi pasado que recordaba con límpida claridad escaseaban hasta tal punto que la idea de que aquel hombre realmente hubiera intervenido, de que realmente acabáramos de viajar en el tiempo, comenzó a resultar plausible. Mi mente se quebró ante esa idea, quedando por completo convertida en el mero recipiente vacío de mi esencia cognoscente ya perdida.
-¿Porqué yo? ¿Porqué no otro de los muchos de los que ya han muerto?- en ese momento Evans pasó por mi cabeza y me hundí por completo.
-¿No es obvio? Ellos no me sirven-
-¿Soy el único?- pregunté arqueando una ceja.
-¡No seas ridículo! Hay decenas como tú-
-¿Y por qué no les reclutas a ellos?- mi voz había quedado reducida a un arrullo.
-No eres el primero ni serás el último, este es tu momento, ni más, ni menos-
-¿Qué quieres de mí?- levanté la mirada un segundo para encontrar la misma expresión inmutable en los ojos del druida.
-Quiero ofrecerte un trato- respondió pausadamente dando un paso hacia mí.
-Por mucho que esto no sea el cielo no pienso venderte mi alma, ni siquiera para volver a esos tiempos- le aseguré sin demasiada convicción. –No eran tan buenos- añadí tratando de recordarme a mí mismo todo lo que aquella época comportó
¿Para qué iba yo a querer tu alma?- preguntó el anciano. –Además tú no puedes dármela, no te pertenece- añadió mirándome como si fuera estúpido.
-Es mi alma ¿no?- espeté con un resoplido. –Podré hacer con ella lo que quiera-
-Tú le perteneces a tu alma, no al revés, en todo caso podría comprarte a ti a tu alma- el anciano continuaba mirándome como si fuera estúpido, aunque personalmente la situación me daba lo mismo. –Sea como fuere, no estoy interesado ni en la compra de personas ni de almas, necesito tu ayuda en una empresa, un proyecto a largo plazo- prosiguió tras una breve pausa.-Quiero que me ayudes en dicho proyecto a cambio de, por así decirlo, darte la opción de vivir para verlo- terminó Ílidan poniéndose a mi lado.
-Vale… ¿Y qué tengo que hacer?-
-Por lo pronto dejar el ejército de tierra y hacerte piloto-
-¿Y luego?- pregunté no terminándome de creer absolutamente nada. Lo único que estaba claro es que si estaba allí encerrado con aquel… ser, tenía que seguirle la corriente.
-Luego, luego… Luego será otro momento ¿Te interesa?-
-¿Y como piensas salvarme de un balazo a quemarropa?- inquirí.
-No he dicho que vaya a salvarte de nada, sólo que te daré la opción ¿No te gustan las opciones?- me preguntó el anciano.-Personalmente las encuentro una fantasía deliciosa- prosiguió. –Resulta fascinante cuan desesperadamente lidiamos por alejar de nosotros las que imaginamos nos disgustan, como nos sentimos asfixiados sin ellas y sin embargo nos aterran cuando se presentan en copioso número-
-Sí… fascinante- arqueé las cejas mientras le miraba.
-Oh, sí, sí, disculpa, no es el momento, ¿Esta opción en concreto te interesa?- preguntó de nuevo pidiéndome perdón con un gesto. –Una pequeña intervención para que sigas con tu vida a cambio de que me prestes algo de tu tiempo, por así decirlo-
-Mejor que estar aquí contigo sí será- le tendí la mano y, tras estrechársela, un fogonazo de luz me devolvió a la realidad.
Espero seguir leyéndote pronto.