Por fin, aquí tenemos la cuarta entrega de la saga de relatos en la que llevo algún tiempo trabajando, como ya habréis notado he añadido una subsección específica en la barra derecha para que sea más sencillo acceder a capítulos anteriores. Este capítulo es algo más corto que los anteriores, así que no os cansaréis tanto leyéndolo. Espero que os guste. (2 páginas)
Una mañana en el parque
Jacqueline se encontraba en la más absoluta negrura, hecha un ovillo en el vacío oscuro pero acogedor, ligeramente cálido y dulcemente protector. Miró a su alrededor entornando los ojos en un vano intento por distinguir algo, pero allí no había absolutamente nada. No sabía muy bien que hacer, se hubiera movido, pero se sentía, sin notar que nada la oprimiera, que no había suficiente espacio para ello a su alrededor. En aquel momento se hizo una pequeña luz, no muy lejana, pero sí tremendamente intensa. Jacqueline supo al instante lo que eso significaba, había estado esperando aquel momento desde que fue formada en la imaginación de Elías, era su momento.
-Ten cuidado princesa- oyó a su espalda Jacqueline mientras se dirigía hacia la luz en la que se encarnaban sus sueños, a partir de aquel momento debía medir sus acciones.
El teléfono sonó brevemente mientras Elías terminaba de sorber su negro café. No había mucha gente que le llamara, y en su situación las llamadas importantes eran poco menos que una locura.
-¿Sí?- Respondió en un suspiro mientras levantaba el auricular
-¿Elías?- Saludó una voz familiar. –Soy Juan ¿Cómo va todo?-
-Bien… ya sabes, mucho reposo, poco movimiento, los mismos problemas- le repitió por enésima vez en desde que se había “retirado”. – ¿Cómo va la empresa?- añadió con auténtica preocupación.
-Los puentes aguantan… no te preocupes que te podemos conservar el sueldo sin problemas- respondió el antiguo socio. Juan había fundado con Elías, antes de que los problemas de este afloraran, una consultoría de ingenieros, y le mantenía en nómina por los viejos tiempos, su amistad, y los problemas legales que representa el expulsar a un socio fundador. Estuvieron intercambiaron banalidades durante prácticamente media hora antes de seguir cada uno con sus quehaceres.
Tras haber colgado, terminó de tomarse el café junto con el resto del desayuno y se decidió a abordar las calles de su ciudad.
El verano había ido ganando terreno lentamente y se hallaba ahora en su cenit, la luz del sol alumbraba con cierta fuerza las solitarias calles aún pese a la temprana hora. Estuvo sentado en uno de los bancos de uno de sus rincones preferidos de la ciudad, una pequeña plaza ajardinada, con parterres con flores y algunos árboles alrededor de una sencilla fuente que casi siempre estaba apagada. Elías no se sentía lo bastante mayor como para llevar pan duro que dar de comer a las palomas, de modo que se quedó sentado escuchando el piar de los gorriones.
-¿A qué viene esa cara tan larga?- le preguntó el camarero al detective.
-¿Importa demasiado?- contestó en tono seco sin mirarle –uno doble- Añadió señalando el vaso. El camarero, que empezaba a estar harto de la concurrencia del local, obedeció, sirviendo una cantidad de whisky considerable. –Espero que te compense princesa- dijo mirando al techo, justo antes de beberse de un trago la copiosa bebida. Posteriormente pensó que le habían traicionado sus ojos, pero, por un instante, el camarero hubiera jurado ver asomar una lágrima a los ojos de aquel extraño y estereotipado sujeto.
-Esta vez has tardado algo menos en volver- saludó el dueño del local al verle entrar, disponiéndose a servirle a Elías su acostumbrada taza de café y su sorpresa de charcutería. No obstante aquel día fue algo diferente, Mila no le trajo la acostumbrada libreta ni desayunó con él, y cuando se decidió a preguntarle sólo le respondió con un gruñido abatido y vagamente comprensible sobre su capacidad de darse cuenta de las cosa. Elías no entendió nada, pero se fue algo cabizbajo y triste.