Una mirada racional

Tras la breve pero intensa colaboración de Monti en el blog volvemos a mi hegemonía. Este relato corto es la continuación del que publiqué el miércoles pasado con el título de Versos sobre el acero. Espero que lo disfrutéis tanto como el primero. Dicho sea de paso este es un blog de poesía aunque no lo parezca… sólo para que conste. (2 páginas)

Una mirada racional

Jacqueline contempló el vaporoso té mientras lo removía con la cucharilla, translúcido, cálido y azucarado, así era como le había gustado siempre el té. A la izquierda, un par de tostadas, excesiva mermelada y, algo más arriba, un millar de grasas saturadas en forma de un artículo comestible de desayuno. Le encantaba, y aún si cualquier médico se hubiera llevado las manos a la cabeza, no le importaba. Dada su condición sabía perfectamente que nada de lo que un médico recomendaría le era aplicable a ella. Jacqueline dirigió una mirada de soslayo a su enamorado, que miraba fijamente la mesa con aspecto meditativo. No era muy hablador, pero la quería, y ella lo amaba a él, y eso era lo único que importaba a Jacqueline. Devoró golosamente su desayuno y se quedó observando a su enamorado hasta que este hubo terminado y ambos se fueron a pasear. Lo hicieron como casi todo lo que hacían, en el más absoluto silencio, Jacqueline tomaba del brazo a su enamorado, que deambulaba con aire distraído y meditabundo por las calles del pequeño lugar en el que vivían. Era martes, lo que significaba lo mismo que el resto de días de la semana a aquellas horas, calles vacías, aire fresco, y un sepulcral e íntimo silencio.
Jacqueline era consciente desde hacía mucho tiempo de que no era más que una alucinación. Su existencia intermitente y su incapacidad para interactuar con el mundo físico así se lo habían demostrado, no obstante era feliz. Su enamorado no podía verla, ni ella podía ver al resto de sus alucinaciones, Jacqueline habitaba en un rincón más profundo y secreto de la mente de su creador, y ello le hacía sentir especial. Le amaba y amaba la existencia, y no entraba en sus intenciones el permitir que se lo arrebataran absolutamente todo. Quizás era precisamente por eso que siempre había odiado a Mila desde lo más profundo de su alma, su melena rizada y negra, sus pupilas en tonos manzano con estrías de peral, algo más claro, hacia los bordes de su mirar y una figura bien contorneada, más elegante quizás que erótica. Todo eso lo tenían en común, a fin de cuentas Jacqueline estaba hecha a su imagen y semejanza, más joven, con menos arrugas, y, como no puede ser de otro modo, con más pecho. Pero eran precisamente las similitudes, además de la atención que su enamorado prestaba a aquella mujer lo que enfurecía a Jacqueline. Bajo el influjo que ejercía Mila en su enamorado ella se sintió desaparecer, en un sentido probablemente más literal que figurado.

(Sigue…)


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