Una mirada racional

-¡Jacqueline! ¿Qué haces tú por aquí?- la saludó efusivamente una musculosa presencia desde detrás de una barra de madera. Miró a su alrededor y vio un lugar que conocía sobradamente bien. Un pequeño lugar que se abría en maderas nobles ante sus ojos, una cárcel en forma de anticuado local de copas. Sobre el escenario una división tocaba un melancólico blues mientras, el pequeño grupo de habituales se movía de un apartado a otro, charlando e intercambiando opiniones.
-Prefiero a las multiplicaciones, al menos me hacen reír- Contestó Jacqueline con un bufido- Se acercó a la barra y miró a los ojos al camarero. –Lo de siempre- ordenó.
-¿Has visto al nuevo?- inquirió la fornida figura al tiempo que servía un cóctel mentolado a Jacqueline.
-¿Quién es?- El camarero se encogió de hombros mientras se inclinaba sobre ella.
-Ese tipo está más quemado que una caja de cohetes el 4 de julio muñeca, no ha hablado aún con nadie, sólo escribe sin parar, un tipo extraño- Le espetó un hombre enfundado en una larga gabardina de color beige con sombrero a juego y que fumaba un cigarrillo.
-Un poco estereotipado y de los ochenta ¿No te parece?- le dijo a su interlocutor.
–Veamos si puede resistirse a hablar con Jacqueline- añadió con un deje meloso en la voz al tiempo que le arrojaba su bebida por la cara con un sólo gesto de muñeca al camarero, prácticamente tumbado sobre la barra víctima de la exuberancia de su escote. Se levantó y se dirigió hacia el desconocido al son de una canción que empezaba, esta vez de una armónica desgarrada y un tanto pueril. No tardó en darse cuenta de que no tenía cuerpo, era una alucinación meramente conceptual, una sombra cognoscente. Jacqueline se sentó sobre la mesa y al tiempo que se contoneaba para acomodarse se inclinaba ligeramente hacia la figura ausente de su interlocutor para regocijo de los presentes. Antes de que dijera nada, el desconocido clavó en ella su mirada, sin color, ni expresión, ni ojos, sólo una onírica e inexpresiva mirada con la fuerza de un millar de soles que la atravesaba inclementemente.

Cuando volvió junto a su enamorado había pasado prácticamente una hora y este ya estaba en la calle, con la mirada vidriosa y la respiración alterada. Jacqueline tardó un instante en recuperar la compostura, adoraba momentos como aquel.
-Oh…-Suspiro Jacqueline -¿Qué es está vez mi  pequeñín?- Preguntó con tono maternal. No obtuvo respuesta. –Te tengo dicho que esa mujer no te hace ningún bien- añadió con el leve reproche mientras Elías comenzaba a hiperventilar.
-Cierra los ojos cielo, duerme y soñemos juntos- le suspiró Jacqueline al oído mientras le pasaba la mano frente a los párpados cerrados. – ¿Sigues sin hablar?- inquirió Jacqueline poniéndose de un salto frente a Elías. –Tengo un amo muy silencioso- sonrío ampliamente con deje infantil y posiblemente un tanto obsceno. Ambos se fueron cogidos del brazo hacia casa bajo el cálido sol de una estival mañana a horillas del mediterráneo. Ya en casa, se tumbaron en la cama sumiéndose en un cuasi interminable festival de caricias y expresiones de cariño. Elías no hablaba, no pensaba, probablemente ni siquiera sintiera, inmerso en su semiinconsciencia sólo oía y obedecía la tenue voz, algo aguda y aniñada de su imaginaria Jacqueline.

(15/03/11)

 


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